La censura en las universidades, el fin de la libertad académica
El profesor Boghossian, autor de una serie de provocadores estudios sobre género y feminismo, ha tenido que dimitir. Él es sólo el último: en seis años, 426 profesores de Estados Unidos han sido denunciados o señalados, dos tercios han sido sancionados, 100 han perdido su trabajo y 93 han tenido que coger una excedencia forzada.
Se habla mucho en los últimos días sobre la dimisión voluntaria de Peter Boghossian, el profesor de la Universidad Estatal de Portland que, al escribir ensayos falsos sobre el “pene conceptual” y la “violación de perros” –que, sin embargo, al haber sido considerados verdaderos, se publicaron con toda normalidad-, había expuesto los absurdos de la cultura dominante. Boghossian se marchó porque estaba cansado del clima creado contra él en el campus, con conferencias boicoteadas, amenazas e incluso escupitajos. Es importante no considerar este caso, aun siendo grave, un hecho aislado: no lo es en absoluto. Por el contrario, se trata de un episodio entre muchos otros, en un contexto de fuerte intolerancia cultural que acecha al mundo académico, precisamente donde deberían prevalecer la ciencia y la libertad de pensamiento.
El hecho de que lamentablemente sea así lo confirma Scholars Under Fire, un análisis preciso realizado por los investigadores Komi German y Sean Stevens en nombre de Fire, acrónimo de Foundation for Individual Rights in Education, un grupo que lleva más de 20 años defendiendo la libertad de expresión en los campus universitarios estadounidenses. En este informe, German y Stevens contabilizaron primero el número de profesores y académicos estadounidenses impugnados o denunciados en los últimos años, desde 2015 hasta julio de 2021. El resultado es un número asombroso: 426.
Además, estas situaciones van en aumento: de 24 en 2015, pasarán a 113 en 2020, lo que supone un salto del 370%. Lo más grave, sin embargo, es el resultado de estos casos, que en la mayoría de los casos -314 de 426, es decir, el 74%- se traduce en algún tipo de sanción. Más de 100 profesores acabaron perdiendo sus puestos de trabajo, mientras que 93 tuvieron que coger una excedencia forzada o fueron privados de sus puestos docentes. Unas cifras que no serían sorprendentes si estuviéramos hablando de China o Corea del Norte, pero que viniendo de Estados Unidos son definitivamente alarmantes. Gracias a Scholars Under Fire sabemos que los profesores fueron cuestionados con mayor frecuencia por hablar de la desigualdad, el racismo y las cuestiones sociales en general.
Dos tercios de las situaciones -269, lo que supone el 63%- surgieron de la expresión de una opinión personal o de un punto de vista sobre un tema social controvertido. Un hecho importante es la localización del fenómeno en cuestión, que es general. Todos estos incidentes se produjeron en un porcentaje bastante similar en instituciones públicas (54%) y privadas (46%). Esto significa que nos enfrentamos a un problema cultural sistémico, con la consecuencia de que ningún profesor o alumno puede sentirse realmente a salvo de las represalias de la corrección política. No sorprenderá a estas alturas saber que, en la gran mayoría de los casos (62%), el intento de hacer callar a los profesores provino de los círculos de izquierda, y con mucha menos frecuencia de la derecha (34%).
A la luz de estos resultados, los autores del informe Fire han extraído conclusiones inevitablemente graves: “Las protestas y denuncias contra los académicos”, subrayan, “han aumentado desde 2015, al igual que el número de los que no han sido despedidos pero que, sin embargo, han recibido algún tipo de sanción profesional”. Todo esto, según las últimas líneas del informe, “podría tener profundas implicaciones para la libertad académica y la libre investigación. Si los estudiosos no pueden plantear determinadas cuestiones por temor a las sanciones sociales o profesionales, en particular de sus alumnos y colegas, se obstaculizará el progreso del conocimiento humano”. Consideraciones que, obviamente, son indiscutibles.
Seamos claros: el destino de los profesores que se atreven a romper con la cultura dominante no es nada nuevo. Se ha escrito sobre ello durante años, y con razón. Pero por primera vez tenemos una imagen general y, sobre todo, cuantitativa de esa tiranía progresista que no se limita a dominar los medios de comunicación, ejerciendo una influencia cada vez mayor incluso en las universidades, donde se forman los abogados, los magistrados, los médicos y, por supuesto, los periodistas del mañana. Por lo tanto, si la situación ya no es halagüeña para la libertad de pensamiento en Occidente, no cabe esperar nada bueno en un futuro próximo.