San Pío V por Ermes Dovico
NOTAS PARA LOS CARDENALES/5

Jesús es el único salvador: así nace la misión de la Iglesia

La condena continua del proselitismo en sentido genérico ha vaciado de sentido la evangelización y promovido el relativismo religioso. Es necesario recuperar el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio a toda criatura.

Ecclesia 30_04_2025 Italiano

Con vistas al próximo Cónclave, publicamos una serie de artículos de fondo inspirados en el documento firmado por Demos II (redactado por un cardenal anónimo) que establecía las prioridades del próximo cónclave para reparar la confusión y la crisis creadas por el pontificado de Francisco.

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Una de las grandes víctimas de este “giro pastoral” ha sido la misión de la Iglesia en el anuncio ineludible de Jesucristo como único salvador de los hombres y de la instauración de su reino de gracia, según el mandato explícito del Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a poner en práctica todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). El mandato —no consejo, ni opción— es literalmente “hacer discípulos” a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre de la Santísima Trinidad e instaurando una vida conforme a la enseñanza del Señor.

Este pontificado ha acelerado el proceso de agotamiento del impulso misionero de la Iglesia, en particular poniendo un énfasis excesivo en la condena del llamado “proselitismo”. El problema de la insistencia en esta censura radica precisamente en el hecho de que no se especifica en absoluto el sentido del proselitismo que se condena; de este modo, en este contenedor puede acabar cualquier acción de la Iglesia que vaya más allá de un “testimonio de buena vida”.

Sin embargo, si lo miramos bien, el prosélito es etimológicamente aquel que “va hacia”, es decir, un “recién llegado”. Y en este sentido, hacer prosélitos significa precisamente “hacer discípulos”, tal y como mandó Cristo. El proselitismo así entendido está plenamente dentro del sentido de la misión de la Iglesia, cuya mayor alegría reside precisamente en aumentar el número de sus hijos. Sin embargo, existe sin duda un significado peyorativo del término: una especie de adoctrinamiento ideológico, estrategias poco claras, destinadas a atrapar a alguien, acciones sumarias para intentar simplemente aumentar el número de miembros de la Iglesia entendida como asociación religiosa o secta, o incluso actos caracterizados por la violencia psicológica, verbal o incluso física. Y no hay duda de que este último significado constituye una distorsión de la misión de la Iglesia.

Ahora bien, la repetida desaprobación de un proselitismo genérico ha llevado de hecho a censurar también lo que pertenece propiamente a la misión de la Iglesia, la cual, aunque tiene su fuerza en el testimonio no se limita a él, como explicaba Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 22: “Incluso el testimonio más bello resultará impotente a la larga si no está iluminado, justificado —lo que Pedro llamaba ‘dar razón de la esperanza que hay en nosotros’— y explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva, proclamada por el testimonio de vida, deberá ser anunciada tarde o temprano por la palabra de vida. No hay verdadera evangelización si no se proclama el nombre, la enseñanza, la vida, las promesas, el Reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios”.

El testimonio de la vida no solo no excluye, sino que exige el testimonio de la palabra de verdad: la Iglesia está llamada a anunciar a Jesucristo, Hijo de Dios, único salvador, al que trata de dar testimonio con su vida, evitando la contraproducente contradicción entre la palabra y la vida. Es evidente que la virtud de la prudencia y la inspiración del Espíritu Santo indicarán en cada circunstancia cómo puede hacerse esto; a veces, puede haber situaciones limitadas en el tiempo y en el espacio en las que sería imprudente ir más allá del testimonio de la vida, pero esto no puede implicar que la Iglesia como tal deba dejar de anunciar la verdad que salva, así como la condena del mal y del error.

El segundo problema grave radica en el hecho de que se han hecho afirmaciones explícitas que parecen contradecir los dogmas de Jesucristo, único salvador de los hombres, y de la Iglesia católica, única Iglesia querida por el Señor Jesús, fuera de la cual no hay salvación. La declaración Dominus Iesus había tenido la sabiduría de aclarar estos dos puntos firmes de la Revelación, para evitar que se entendieran de manera rígidamente exclusivista con respecto a los miembros de otras iglesias y comunidades cristianas, así como a quienes pertenecen a otras religiones no cristianas. Pero la misma declaración había advertido, sin embargo, contra algunas supuestas “aperturas inclusivistas” que perjudican el núcleo de la fe.

Una afirmación como la suscrita por el Papa Francisco en Abu Dabi, el 4 de febrero de 2019, según la cual “el pluralismo y la diversidad de religiones, colores, sexos, razas y lenguas son una sabia voluntad divina, con la que Dios ha creado a los seres humanos”, en su ambigüedad (¿voluntad divina positiva o permisiva?), mortifica la acción evangelizadora de la Iglesia, que reconoce que Dios quiere positivamente una sola religión, porque solo hay uno, el Verbo encarnado, en el que se puede ser salvado: “En ningún otro hay salvación; no hay otro nombre dado a los hombres bajo el cielo en el que podamos ser salvados” (Hch 4, 12).

Aún más problemática es la otra declaración hecha por Francisco en Singapur, en septiembre de 2024: “Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Son —hago una comparación— como diferentes lenguas, diferentes idiomas, para llegar allí”. Esta afirmación no tiene nada que ver con un diálogo interreligioso sano, sino que constituye el fin del sentido del cristianismo y de la Iglesia católica, que no se sitúan entre los muchos caminos humanos para llegar a Dios, sino que tienen que ver con el único camino abierto por Dios mismo en su Hijo unigénito, “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Nadie va al Padre sino por él (cf. ibi); nadie conoce al Padre sino él y aquel a quien él lo revela (cf. Mt 11, 27); nadie que no renazca “del agua y del espíritu” (Jn 3, 5) podrá entrar en el Reino de los Cielos.

La presencia de elementos de bien y de verdad en las culturas y en las religiones no las eleva hasta el punto de considerar cualquier religión como camino que conduce a Dios. Lumen gentium no enseña en absoluto que todas las religiones conducen a Dios, sino que “todo lo que hay de bueno y verdadero” en los no cristianos “es considerado por la Iglesia como una preparación para acoger el Evangelio”, sin ocultar la realidad de que “muy a menudo los hombres, engañados por el maligno, han errado en sus razonamientos y han confundido la verdad divina con la mentira”. Por eso “la Iglesia, para promover la gloria de Dios y la salvación de todos, recordando el mandato del Señor: ‘Predicad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15), se preocupa por fomentar y apoyar las misiones” (LG, 16).

La misión es este impulso de la Iglesia, empujado por la caridad de Cristo, que quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, esa verdad salvífica que el Apóstol resume así: “Uno solo es Dios y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (1Tm 2, 4-5). Este anuncio no es en absoluto un simple acercamiento a otros caminos, considerándolos alternativas válidas para la salvación y dejando que cada hombre los recorra en paz. Esta concepción falsa e irenista no tiene nada que ver con el increíble impulso misionero que la Iglesia ha tenido durante siglos y que ha llevado a innumerables misioneros a dar la vida para que otros hermanos pudieran encontrar la luz del Evangelio y convertirse en herederos del Reino. Nuestros pastores parecen haber perdido esta dimensión, esencial no solo para su identidad, sino también para el sentido de la encarnación redentora del Verbo, que vino a “iluminar a los que están en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1, 79).



NOTAS PARA LOS CARDENALES/4

Doctrina y pastoral: no hay lugar para las contradicciones

29_04_2025 Luisella Scrosati

El “giro pastoral” del último pontificado ha dado lugar a la teoría de que el desarrollo del dogma puede resolverse en su contrario. Al nuevo Pontífice le corresponde la tarea de volver a proponer el sentido genuino y vital de la verdad.