Santa Catalina de Siena por Ermes Dovico
ORIENTE PROXIMO

Israel, en un callejón sin salida

Aniquilar a Hamás es un objetivo legítimo, pero no todos los medios para conseguirlo lo son. Y la acción del gobierno de Netanyahu plantea importantes problemas político-estratégicos y morales.

Internacional 18_12_2023 Italiano English

Cuando en los últimos días el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha advertido al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que Israel está perdiendo el consenso internacional, implícitamente ha planteado dos cuestiones que acompañan a la dura ofensiva israelí contra Gaza: una político-estratégica y otra ética.

Es obvio que tras el despiadado ataque terrorista del 7 de octubre, Israel no puede aspirar a menos que la eliminación de Hamás de los territorios palestinos: cualquier otro objetivo sería una derrota. Pero cuanto más continúan los bombardeos y los ataques terrestres –con su carga de muerte, destrucción y odio- más legítimo es preguntarse cuál es el verdadero objetivo de Netanyahu, qué ideas tiene para la posguerra, y si lo que está haciendo es adecuado para el objetivo e incluso si es legítimo. Porque, de hecho, eliminar a Hamás puede significar varias cosas.

Lo que actualmente parece es que para el primer ministro israelí, la aniquilación de Hamás debe interpretarse en el sentido de la eliminación física de todos los combatientes, ya que una opción política (como el traslado de los milicianos supervivientes a otro país “amigo”) ni siquiera se ha planteado. Hasta ahora, según fuentes del propio ejército israelí, deberían haber muerto unos 6 mil combatientes islamistas de un total de unos 30 mil; y para lograr este resultado, también han muerto más de 12 mil civiles, hay 1,9 millones de palestinos desplazados (el 85% de la población, fuente de la ONU), y por todas partes hay casas destruidas. Por supuesto, es justo tener en cuenta el hecho de que los terroristas de Hamás utilizan a civiles como escudos, pero esto no resta gravedad al balance. Y es fácil adivinar los costes humanos –y de otro tipo- de esta estrategia, suponiendo que pueda llevarse a cabo hasta el final. Porque además de las inevitables presiones internacionales y tensiones internas, el gobierno de Netanyahu tiene que contar con incidentes ineludibles como el del 14 de diciembre, en el que el ejército israelí mató por error a tres jóvenes rehenes judíos en manos de Hamás, confundiéndolos con “una amenaza”. Las repercusiones internas de un incidente así son fáciles de imaginar. O el gravísimo episodio del 16 de diciembre, donde el ataque a la parroquia católica de la Sagrada Familia le costó la vida a dos mujeres cristianas tiroteadas a sangre fría por un francotirador, un hecho que ha sido duramente criticado por el Patriarcado de Jerusalén.

Pero incluso suponiendo que el ejército israelí consiga finalmente expulsar a los milicianos de Hamás de la Franja de Gaza al final de una larga guerra, ¿se podría decir que Hamás habría desaparecido? Israel tiene que considerar también la multiplicación del odio –en intensidad y en difusión-, que una guerra como ésta ya está provocando: el consenso con Hamás crece también en Cisjordania y, de forma más general, el odio hacia Israel crece también en los países árabes vecinos, condicionando el proceso de normalización de las relaciones, tan vital para la seguridad de Israel como la solución del problema palestino. Por tanto, la eliminación física de los combatientes de Hamás en Gaza podría resultar una victoria pírrica a medio y largo plazo.

Después de todo, el ataque de Hamás del 7 de octubre destruyó el mito de la invencibilidad de Israel, y un aislamiento internacional podría alentar a algún país enemigo a aprovecharse de ello.

A esto se añaden las incertidumbres sobre el futuro. Suponiendo que el gobierno de Netanyahu gane la guerra a su manera, ¿cuál sería la solución para Gaza y, más en general, para el territorio palestino? En los últimos días, el Primer Ministro israelí se ha negado a entregar Gaza a la Autoridad Nacional Palestina, que no difiere mucho de Hamás en cuanto a sus objetivos; tampoco aceptaría una fuerza internacional bajo la égida de la ONU; ni tiene aún intención de gobernarla directamente, aparte de la creación de una franja de seguridad. A día de hoy es posible que entren en juego nuevos mediadores como Rusia, China y Turquía, con soluciones diferentes, pero todo es aún hipotético y los escenarios futuros están por dibujar, incluido el destino de los 2,5 millones de civiles de Gaza, ya al borde del agotamiento.

El problema es que – entre la ofensiva en Gaza, la vía libre a los colonos en Cisjordania y las declaraciones de fuego - Netanyahu da la impresión de estar enfadado con todos los palestinos y no sólo con Hamás y los diversos terroristas.

¿Cómo puede pensar el primer ministro israelí en obtener algún consenso internacional sin un objetivo claro para el futuro que contemple una posible solución para la cuestión palestina junto con la seguridad de Israel? Incluso a quienes defienden el derecho de Israel a existir en condiciones de seguridad les resulta difícil apoyar las decisiones del gobierno israelí.

A esto se añade un importante problema ético. El derecho-deber de legítima defensa, en este caso ejercida por Israel, sigue teniendo límites de proporcionalidad y respeto al derecho humanitario. No es un agujero negro donde todo se convierte en lícito. El uso de la fuerza es legítimo mientras no se convierta en violencia gratuita y venganza ciega. Evidentemente es difícil traducir los principios en el campo de batalla, la situación nunca es blanca o negra, pero lo que vemos nos dice que hace tiempo que se ha traspasado el límite de lo permisible. Y éste es sin duda un factor que contribuye en no poca medida a la pérdida de consenso internacional en favor de Israel.

Esto no debería ser motivo de regocijo porque esta situación favorece a nivel internacional a quienes querrían anular la presencia de Israel, que en cambio –es justo reiterarlo- tiene todo el derecho a existir. Además, esta situación también favorece al fundamentalismo islámico que, como hemos visto en los dos últimos meses, ha ganado muchos adeptos incluso en Occidente, especialmente entre las fuerzas de izquierda, mientras que nadie parece darse cuenta de esta grave amenaza, y aumenta la inestabilidad y el conflicto en Oriente Próximo.

Hay motivos suficientes para esperar que Israel se replantee su estrategia.



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