Inglaterra es la primera... En corrección política
La carta abierta escrita por el seleccionador inglés Southgate en vísperas de la Eurocopa es un canto a la ideología de la inclusión y el igualitarismo, verdaderos ídolos del Occidente contemporáneo. Southgate, como muchas otras personas, es un instrumento involuntario del proceso de eutanasia que apunta a la muerte a demanda de la propia identidad cristiana.
Después de haber hablado de Roberto Mancini, el seleccionador del equipo italiano que cree en Dios y en la Virgen María, hoy toca hablar de Gareth Southgate, seleccionador de Inglaterra, que cree en la inclusión y el igualitarismo.
El 8 de junio Southgate publicó una carta en The Players' Tribune, un texto dirigido a su querida Inglaterra. El seleccionador de Inglaterra recuerda las primeras emociones ligadas a los partidos disputados por la selección, el orgullo de vestir esa camiseta blanca como jugador, el ejemplo de su abuelo que luchó durante la Segunda Guerra Mundial y que le inculcó un sentido del patriotismo que aún hoy está muy vivo en él. Se podría decir: obvio. No sería lógico que el entrenador de una selección nacional no fuera un patriota.
Y es verdad. Pero la modernidad lo entorpece todo, contaminando incluso los sentimientos más puros con sus eslóganes de plástico, tratando de liquidar –en el sentido literal de hacer líquido- incluso conceptos sólidos como patria y nación. Y, de hecho, esto es exactamente lo que ha ocurrido en la carta escrita por Southgate. Después de haber dado gusto a una parte, luego complace a la otra. Y aquí encontramos algunos de los tópicos más populares y de los que más se abusa hoy en día: la igualdad, la lucha contra el racismo, la inclusión.
Damos la palabra al entrenador, que en un momento dado hace un llamamiento a sus jugadores, a los que se arrodillaron ante el Moloch del antirracismo antes de que sonara el silbato: “Es su deber seguir interactuando con el público en temas como la igualdad, la inclusión y la injusticia racial, utilizando el poder de su voz para contribuir al debate, concienciar y educar. [...] Tengo claro que estamos avanzando hacia una sociedad mucho más tolerante e inclusiva, y sé que nuestros hijos desempeñarán un papel importante en ello”. Y añade: “Entiendo que en esta isla queramos proteger nuestros valores y tradiciones, como debe ser, pero eso no debe ser a costa de la introspección y del progreso”.
En sí, lo que dice Southgate no está mal: abrirse a lo diferente, luchar por la igualdad y, por tanto, contra el racismo, etc. También está bien, en teoría, que los jugadores, como personajes con gran influencia en el público, defiendan causas sociales. Sin embargo, lo que resulta problemático es el significado que debe darse a palabras o expresiones como “igualdad”, “inclusividad”, “antirracismo” y similares. Hoy en día, estas palabras o expresiones significan privilegiar a algunas categorías sociales en detrimento de otras y, por lo tanto, paradójicamente, querer discriminar al tiempo que se dice luchar contra la discriminación.
Estas palabras dibujan ahora, en el imaginario colectivo y, por tanto, en el imaginario personal del seleccionador, un mundo en el que ya no cabe, por ejemplo, la disidencia expresada por el creyente blanco y heterosexual, en el que si no te arrodillas, como han hecho Inglaterra e Italia, a la ideología Black Lives Matter significa que eres racista, retrógrado, conservador, machista-misógino, populista y soberanista. La corriente dominante, sometida a las palabras del entrenador, sólo concede libertad de expresión a sus súbditos. Para los demás, la única forma de libertad que les queda es el martirio, el heroísmo de quienes prefieren el sacrificio de sus propios intereses a la genuflexión en honor de la vulgata de turno.
Detrás de los términos utilizados por Southgate en su carta se abren, por tanto, universos unidireccionales, como el pensamiento contemporáneo, que se ha vuelto cada vez más único, o más bien excluyente, en el sentido de que muchas personas quedan excluidas de la categoría de “buenos” y se reducen a “incivilizados”: los que defienden la familia natural, la patria, la religión, los que se atreven a afirmar que existe una verdad. Todas estas personas ya no merecerían jugar en la selección soñada por Southgate, tan inclusiva y pluralista, pero tampoco merecerían entrar en el estadio, ser londinenses, ciudadanos ingleses. Tal vez ni siquiera merecerían moverse por el mundo.
Las palabras del entrenador inglés evocan entonces este escenario ideológico sin hacerlo explícito. Éste es uno de los recursos más eficaces de la corrección política: detrás de palabras de uso común que hasta ayer tenían un significado positivo, se esconden ahora nuevos significados de acuñación revolucionaria. Usar términos que suenan bien, pero que hacen mucho daño. De este modo, se consigue una especie de inmunidad para perseguir los propios objetivos ideológicos: al no poder criticar la inclusividad, la igualdad, la lucha contra el racismo, se puede avanzar sin problemas en la agenda LGBT, la cultura de la cancelación que quiere eliminar las raíces cristianas y clásicas de Europa y los países occidentales, el feminismo radical, el “inmigracionismo” sin peros y mucho más.
Southgate, como muchos otros, es un instrumento inconsciente de este proceso de eutanasia que apunta a la muerte a demanda de la propia identidad cristiana. Habla de inclusividad y piensa en el niño negro que empieza a jugar en un pequeño club inglés, y no piensa en la demolición de las estatuas de Jesús y María llevada a cabo por los militantes de Black Lives Matter, si acaso desestimando estos actos como mera intemperancia accidental de unos pocos exagerados y no entendiendo en cambio que tales acciones expresan perfectamente el espíritu de este movimiento, su esencia más íntima.
Inglaterra fue segunda en la Eurocopa, pero se arriesga a ser primera en el pensamiento estereotipado.