Guerra a la cloroquina: Hay a quien le gusta el coronavirus
Después de que un artículo de la revista The Lancet la declarara ineficaz, la Organización Mundial de la Salud ha suspendido los ensayos sobre el uso de la hidroxicloroquina. Una decisión que contrasta con la evidencia también adquirida en la lucha contra la epidemia de Sars. Pero tal vez la explicación sea que es un medicamento que cuesta muy poco, lo cual supone un obstáculo para el lucrativo negocio que promete la pandemia. Esto también puede explicar los muchos obstáculos de la terapia de plasma. Y un científico inglés lo explica de manera simple pero escalofriante: “Esperemos que el virus continúe para tener tiempo de experimentar con la vacuna”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha anunciado la decisión de suspender los ensayos sobre el uso de la hidroxicloroquina para el tratamiento del Covid-19, expresando su preocupación por la seguridad de este medicamento. En una conferencia de prensa virtual, el Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha explicado que la organización ha suspendido “temporalmente”, como medida de precaución, los ensayos clínicos en curso sobre el uso de la hidroxicloroquina con sus asociados en varios países.
La decisión es consecuencia de la publicación el pasado viernes en la revista británica The Lancet de un estudio según el cual el uso de la cloroquina y sus derivados (como la hidroxicloroquina) en el tratamiento del Covid-19 es ineficaz, cuando no directamente perjudicial. También ha expresado recientemente su preocupación el director general de la Agencia Italiana de Medicamentos (Aifa), Nicola Magrini, que ha declarado que “sabemos poco sobre su eficacia, pero estamos bastante convencidos de los posibles daños y la falta de seguridad en algunos subgrupos limitados de pacientes”.
Las declaraciones, sin embargo, contradicen otras decisiones de la propia Aifa, que en los últimos días ha autorizado un amplio estudio entre el personal sanitario, el más expuesto al riesgo de infección, con el fin de verificar si su uso antes de la exposición al coronavirus disminuye la probabilidad de enfermar. Este estudio es similar al realizado en marzo en Oxford, donde hasta cuarenta mil médicos y enfermeras tomaron cloroquina como medida preventiva. Así que no perjudicaría a los trabajadores de la salud, pero sí al resto de la población. Un hecho bastante extraño.
Mientras tanto, a raíz de este artículo de The Lancet, en Francia el Ministro de Sanidad también ha anunciado que impondrá fuertes restricciones al uso de la cloroquina, despertando la fuerte protesta del más famoso experto en enfermedades infecciosas, Didier Raoult, uno de los pioneros en el uso de la hidroxicloroquina, que aseguraba querer continuar con este método en el hospital de enfermedades infecciosas de Marsella que dirige.
Si me permite citar mi experiencia personal, precisamente como resultado de los estudios realizados por Roualt, yo mismo he estado utilizando la cloroquina durante más de dos meses en el tratamiento de pacientes Covid con éxito y sin ningún efecto secundario particular.
La guerra contra la cloroquina es uno de los episodios más extraños y misteriosos de esta epidemia. Es muy extraño que se cuestione la seguridad y eficacia de una sustancia que conocemos y utilizamos desde hace ochenta años, y que se utilizó con éxito en 2002-2003 contra el coronavirus de la primera Sars. Incluso la misma revista The Lancet, justo en 2003, le dedicó un interesante estudio, que he releído precisamente estos días. El estudio se publicó en la revista The Lancet Infectious Diseases, el 23 de octubre de 2003, con el título “Effects of chloroquine on viral infections: an old drug against today's diseases”. Una vieja medicina contra las infecciones de hoy en día. Los autores resumieron la utilidad de esta sustancia de la siguiente manera: “La cloroquina es una 9-aminoquinolina conocida desde 1934. Aparte de sus conocidos efectos antimaláricos, el fármaco tiene interesantes propiedades bioquímicas que podrían aplicarse contra algunas infecciones virales. La cloroquina ejerce efectos antivirales directos, inhibiendo las fases dependientes del pH de la replicación de numerosos virus, incluidos tipos de los flavivirus, retrovirus y coronavirus. Sus efectos mejor estudiados son aquellos contra la replicación del VIH, que han sido probados en ensayos clínicos. Además, la cloroquina tiene efectos inmunomoduladores, ya que suprime la producción/liberación del factor de necrosis tumoral α y la interleucina 6, que están relacionados con las complicaciones inflamatorias de varias enfermedades virales. Examinamos la información disponible sobre los efectos de la cloroquina en las infecciones virales, planteando la cuestión de si esta antigua medicina puede ser eficaz en el tratamiento clínico de enfermedades virales como el SIDA y el síndrome respiratorio agudo grave, que afligen a la humanidad en la era de la globalización”.
La respuesta de los estudiosos fue positiva. ¿Por qué entonces hoy, después de diecisiete años, se niega la eficacia y la seguridad de esta misma sustancia? ¿En base a qué nuevos estudios o pruebas? Ninguno. ¿Qué es lo que molesta tanto de la cloroquina? ¿Tal vez el hecho de que Donald Trump se ha convertido en una especie de promotor de la misma? ¿O es que sólo cuesta seis euros la caja? Cada pastilla cuesta veinte céntimos. Una sustancia como esa puede interponerse en el camino de otros negocios más lucrativos.
Y la confirmación de que hay grandes intereses detrás de las estrategias anti Covid viene de Inglaterra, del científico Adrian Hill, director del Instituto Jenner que actualmente dirige la investigación de la vacuna. Hill, con una facilidad impresionante, ha declarado estar muy preocupado por la rápida disminución actual de los casos de Covid, que podría frustrar los intentos de producir una vacuna. “Si la epidemia desaparece”, ha admitido, “no podremos probarla”. Una declaración surrealista que expresa la esperanza de que el número de contagios siga siendo alto. Tal vez esto también explique el boicot a diferentes sustancias como la cloroquina, o a las terapias con el plasma.
El Covid tiene que seguir siendo una enfermedad incurable, un problema que sólo se pueda resolver con la vacuna. ¿Qué es más importante entonces? ¿Que el virus se extinga o que se pueda producir una vacuna? Hill no tiene ninguna duda. “En lugar de los dos meses prometidos para las pruebas podrían ser necesarios seis” añadió. “Estamos en la paradójica situación de desear que el virus persista entre nosotros un poco más”. Declaraciones escalofriantes en las que pensar.