Fea, blasfema, ideológica: la inauguración de los Juegos Olímpicos es un fracaso
La ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París fue provocativa y de mal gusto, incluidas la propaganda abortista y la sórdida parodia de la Última Cena que parecía sacada de la fiesta del Orgullo Gay. Los obispos franceses han protestado y el Cielo respondió con un chaparrón impresionante y un misterioso apagón que exaltó la Basílica del Sagrado Corazón.
Horrible. Quizá la peor de la historia. Estos son los comentarios más frecuentes en las redes sociales sobre la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos. Y fea no sólo por el mal gusto. Por citar un par de episodios, pudimos ver un tipo haciéndose pasar por el dios Dionisio pintado de azul reclinado en una ensaladera y la guardia republicana escenificando un baile pop entre bailarinas igualmente pop.
Pero también ha sido fea porque no tenía nada que ver con el deporte. No sólo por su ubicación en el Sena y no en un estadio, sino porque muchos de los espectáculos, de hecho muchas de las actuaciones que se vieron, no tenían ninguna relación con las disciplinas olímpicas. Por ejemplo, hubo una discoteca en una barca sobre el Sena, un desfile de moda con atuendos horrendos y con modelos a menudo vestidos de mujer, un piano en llamas tocado por un valiente pianista, un caballo mecánico surcando las aguas del Sena y mucho más. ¿Y los atletas? Relegados en barcos, un mero marco para este espectáculo circense al que el director de televisión dedicó la mayor parte de los planos.
Se podría hacer la vista gorda si sólo se tratara de una cuestión estética. Pero además de la estética, también se vilipendió la ética. Antes hemos mencionado el desfile de moda. A un lado de la pasarela y en medio de ella, los creativos y cretinos de la ceremonia inaugural pensaron que lo mejor era crear una parodia de la Última Cena de Leonardo da Vinci. En lugar de Nuestro Señor, una mujer obesa con una aureola que recordaba a la Santa Hostia y manejando una consola delante de ella para mezclar música, y a su lado, dispuestos como los apóstoles de la Última Cena, algunas drag queens, travestis y una niña que incluso se puso a bailar.
La Conferencia Episcopal Francesa ha alzado la voz, con razón, y ha declarado en un comunicado: “Esta ceremonia ha incluido desgraciadamente escenas de escarnio y burla del cristianismo que deploramos profundamente. […] Pensamos en los cristianos de todos los continentes que han sido heridos por el exceso y la provocación de ciertas escenas”. En la misma línea monseñor Vincenzo Paglia, Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, que en una entrevista a Il Giornale afirma que el ideal de libertad que encarnan los Juegos “ha sido mancillado por una burla blasfema de uno de los momentos más sagrados del cristianismo”.
Posteriormente en la ceremonia aparecieron unas estatuas de oro -el kitsch es el sello estilístico de la ideología- de mujeres consideradas importantes. Un desfile de figuras femeninas en el que, por poner sólo un ejemplo, faltaba necesariamente santa Juana de Arco. Pero en su lugar estaba una tal Simone Veil (con V, no con W), ex presidenta del Parlamento Europeo. ¿Sus méritos? “Mujer clave en la legalización del aborto”, se podía leer en las pantallas.
En resumen, la inauguración de los Juegos no solo fue una oportunidad para hacer propaganda de la ideología de género, del aborto y de la mayoría de los ingredientes de la subcultura woke, sino para publicitarlas. Sí, porque al fin y al cabo, el resultado de este sarao era previsible, estéril, chapucero. Tan obsceno como triste. Había más afán de provocación que de arte, hasta el punto de que el ansia por ser original a toda costa derivó en estereotipo. Pero las blasfemias escenificadas y la promoción del aborto permanecen intactas en su feo significado, tanto que clamaron venganza al cielo y éste respondió con un impresionante aguacero (ver foto), y en la noche siguiente con un misterioso apagón que afectó a muchas zonas de la ciudad, pero no, por ejemplo, a la Basílica del Sagrado Corazón, que permaneció visible como una catedral hecha de luz mientras todo París se ahogaba en la oscuridad, como atestigua una impresionante foto que circula por Internet.
Por último, en estas Olimpiadas no podía faltar Su Majestad el Ecologismo. Las camas de los alojamientos de los atletas son de cartón, por lo que pueden reciclarse. Los colchones son de plástico reciclado. Así que sostenibles con el medio ambiente, pero incómodos. No hay aire acondicionado en los alojamientos. Así lo ha ordenado la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, decidida a reducir las emisiones de CO2 a la mitad en comparación con los Juegos de Londres 2012. Las habitaciones se enfrían mediante sistemas de refrigeración situados bajo el suelo. El problema radica en que, según los implicados, no son tan eficaces. Tanto es así que Australia, Canadá, Dinamarca, Alemania, Grecia, Italia, Noruega y el Reino Unido están pensando en comprar aires acondicionados portátiles in situ. Sólo que cuestan dinero, así que a las delegaciones más pobres no les quedará más remedio que sudar bajo el sol de la inclusión.
Ante las críticas, la alcaldesa se encogió de hombros: “Mucho respeto por la comodidad de los atletas”, ha dicho, pero “la supervivencia de toda la humanidad” le importa más. Sigue siendo un misterio cómo la humanidad consigue sobrevivir gracias a la falta de aire acondicionado en los alojamientos olímpicos y cómo, por el contrario, unos grados menos exterminan a la humanidad. Y luego, para ser coherentes hasta el final, ¿por qué no suprimimos las Olimpiadas, ya que no producen montañas, sino cordilleras enteras de CO2? Basta pensar en todos los vuelos para llevar a los atletas, delegaciones y espectadores a París. Así que esto nos parece un ecologismo de fachada que se persigue mientras no afecte a ciertos intereses, a ciertas carteras, incluidas las de quienes organizaron estas Olimpiadas parisinas.