Examinar cada cosa
Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. (Mt 4, 17)
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló». Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania. (Mt 4, 12-17; 23-25)
Por motivos históricos, los descendientes del Reino de Judá eran vistos por los israelitas como pertenecientes a una tierra afligida por las tinieblas de la herejía, donde elementos de la religión hebrea originaria se habían fusionado, a menudo, con el paganismo de las poblaciones colindantes dando origen, entre otros, a los cultos samaritanos. Los mismos galileos eran vistos con sospecha por los sacerdotes y los fariseos de Jerusalén. Además, precisamente de esa tierra históricamente despreciada en cuanto habitada por infieles, los planes siempre sorprendentes del Padre habían dispuesto que Su Hijo iniciase históricamente la predicación del Reino de los Cielos. Vayamos más allá de los prejuicios humanos para comportarnos como nos sugiere san Pablo, no apagando el espíritu, no despreciando las profecías, examinándolo todo y quedándonos con lo bueno. (cfr. 1 Tes, 5, 19-21).