En la Epifanía, se unen la Encarnación y la Redención
La adoración del Niño Jesús por parte de los Tres Reyes Magos y los dones que le ofrecen, dan fe de su verdadera identidad, la persona de Dios Hijo en la que la naturaleza divina y la naturaleza humana se unen para la salvación del mundo. Cuán actual resulta ser la Fiesta de la Epifanía, de la luz de Cristo que resplandece en los corazones cristianos para la salvación del mundo. Hoy, en la Iglesia han entrado esas mismas tinieblas que podrían engañarnos y alejarnos de la Luz que es Cristo.
Después de la proclamación del Evangelio en la gran fiesta de la Epifanía, se anuncia solemnemente la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo. Al celebrar la manifestación del Misterio de la Encarnación a todas las naciones, representadas por los Tres Santos Reyes de Oriente, la Iglesia reconoce el propósito totalmente salvífico de la Encarnación de Dios Hijo. Observando los grandes momentos del Nacimiento del Señor, de la Adoración de los Reyes Magos, de Su Bautismo en el Jordán por San Juan Bautista, y de su primer milagro en las Bodas de Caná, nuestra mirada se dirige inmediatamente a la consumación de la Encarnación en el Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión del Señor.
Los grandes misterios de la Encarnación y la Redención están inseparablemente vinculados. El Niño Jesús es el Salvador del mundo. Por este motivo, la estrella de Navidad llevó a los Tres Reyes Magos a un pesebre en Belén, en el que María puso a su Divino Niño recién nacido y junto al cual San José, su padre putativo, vela por proteger a Jesús y a la Madre de Dios, su verdadera esposa. Poco tiempo después, los Reyes Magos consultaron al rey Herodes sobre el lugar del nacimiento del Mesías. De hecho, el Evangelio narra:
“Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente, iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María y, postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mateo 2:9-11).
La adoración del Niño Jesús por parte de los Tres Reyes Magos y los dones que le ofrecen, dan fe de su verdadera identidad, la persona de Dios Hijo en la que la naturaleza divina y la naturaleza humana se unen para la salvación del mundo.
La adoración del Divino Niño es de hecho la adoración del Rey del Cielo y de la Tierra, del Mesías que es el único que salva al mundo de la tiranía del pecado y la muerte. Los Tres Reyes Magos y nosotros mismos somos testigos de la victoria de la Luz divina sobre las tinieblas del mundo que pretende ser divino, rebelándose contra Dios y su plan de salvación. Nosotros vemos cómo los Tres Reyes Magos han visto, el cumplimiento de la Palabra de Dios que nos transmitió el profeta Isaías:
“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; más sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Isaías 60:1-3).
A pesar de las manifestaciones más violentas del espíritu del mundo, el espíritu inmundo que, por su naturaleza, nos engaña y nos miente al llevarnos por el camino de las tinieblas y la muerte. Cristo, nacido en Belén y adorado por los Tres Reyes Magos, ha traído la luz al mundo. Es la luz que brilla de Su glorioso Corazón en nuestros corazones, ahuyentando las tinieblas que llevan a la muerte e iluminando el camino que lleva a la vida eterna, al hogar celestial, que es nuestro verdadero destino. Cristo vivo en la Iglesia, transmitido continuamente a nosotros por los Apóstoles y por sus sucesores, que es la fuente y la sustancia de nuestra Fe Católica, ahuyentando las tinieblas que nos envolverían y destruirían.
Cuán actual resulta ser la Fiesta de la Epifanía, de la luz de Cristo que resplandece en los corazones cristianos para la salvación del mundo. Hoy, en la misma Iglesia han entrado esas mismas tinieblas que podrían engañarnos y alejarnos de la Luz que es Cristo. La respuesta de muchos pastores a la crisis del virus de Wuhan ha mostrado poca fe en Cristo y en la salvación que nos ofrece en la Iglesia, especialmente a través de los Sacramentos. Los fieles, que buscan orientación en los pastores en una situación de tanta desinformación y confusión, han recibido con frecuencia consejos para seguir lo que dice el Estado, con sus supuestos expertos. Ciertamente la Iglesia siempre respeta al Estado y la verdad demostrada por las ciencias. Al mismo tiempo, tiene el deber de responder al Estado con la conciencia de que sus miembros no solo son ciudadanos de la tierra sino principalmente ciudadanos del Cielo. Asimismo, la Iglesia responde a la verdad demostrada con la caridad de Cristo. Veamos el ejemplo de tal respuesta a la verdad de una enfermedad gravísima, la peste negra, en San Carlo Borromeo y muchos otros santos en tiempos de plagas. No es el Estado quien nos enseña cómo responder, pero nosotros, siguiendo la sana doctrina de la Iglesia, estamos llamados a ser ejemplo para el Estado.
En la Iglesia de hoy escuchamos mucho hablar sobre el cosmos, nuestro lugar e incluso el lugar de Cristo en el cosmos, como si el cosmos fuera la realidad divina que ilumina y gobierna todo. Oímos hablar de una conversión ecológica, en lugar de una conversión a Cristo, de un pacto mundial mundano para salvarnos y salvar nuestro mundo, en lugar del plan eterno de Dios.
En el momento actual, parece que vacunar a toda la población contra el virus de Wuhan es la única forma de salvarnos de la plaga. Incluso algunos en la Iglesia han dicho que la vacunación nos la impone la caridad misma de Cristo, aunque si la razón, por no hablar de la fe, nos produce dudas. Mientras que el Estado amenaza con imponer en modo absoluto la vacunación, que, por su naturaleza, debe ser una elección personal, el cristiano está obligado a seguir su conciencia bien informada. De hecho, parece que la vacunación universal es un primer paso importante para lograr un único gobierno mundial.
En muchos de estos discursos ni siquiera se menciona a Cristo y el Misterio de la Encarnación Redentora, o incluso se presenta falsamente el misterio de Cristo en la Iglesia como subordinado a un culto idólatra de la creación misma, en lugar del culto “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24) del Creador. El Divino Hijo de María, Cristo, de manera blasfema, es presentado como un elemento del cosmos que en cambio se considera la verdadera plenitud de la revelación de Dios a nosotros.
Nosotros, con los santos Reyes Magos, adoramos a Cristo, el único Salvador del Mundo. Cristo el Salvador nunca deja de hacer Su obra salvadora en la Iglesia. Cuenta con cada uno de nosotros, según nuestra vocación y nuestros dones particulares, para dar testimonio, de todas las formas posibles, de la realidad que celebraremos solemnemente el día de la Epifanía; es decir, que sólo Él es la plenitud de la revelación de Dios, que solo Él nos salva del pecado y de la muerte, que solo Él llena nuestros corazones con la gracia divina, que solo Él nos lleva al camino de la Cruz que conduce a nuestro verdadero destino, la vida eterna por la que Dios Padre lo envió en mundo, lo envió a nuestra naturaleza humana.
La luz de Cristo que ilumina nuestro corazón cada día nos conduce, día tras día, por el camino correcto, al culto de Dios “en espíritu y en verdad”, al servicio de Dios según la justicia, que anticipa la inauguración de “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13) perfecta y para siempre. Para ello no debemos ceder al desánimo o a la desesperación ante las mentiras, la confusión y la división que oprimen a la sociedad e incluso a la Santa Madre Iglesia, sino que, con alegría, debemos tomar sobre nuestros hombros, junto con Cristo, el sufrimiento que es necesario para seguir siendo fieles heraldos y desinteresados servidores del gran Misterio de la Encarnación Redentora.
Dom Prosper Guéranger, comentando el Evangelio de la Fiesta de la Epifanía, nos anima a vivir según la verdad de la Epifanía:
"Los Magos, primicias de los Gentiles, fueron presentados al gran Rey que estaban buscando y todos los seguimos. El Niño nos sonrió tanto a nosotros como a ellos. Se olvidan todas las penurias de ese largo viaje que conduce a Dios; Emmanuel permanece con nosotros y nosotros con él. Belén, que nos recibió, nos protege para siempre, porque en Belén poseemos al Niño y a María su Madre. ¿En cuál puesto del mundo encontraríamos tesoros tan preciosos? Rogamos a esta Madre incomparable que nos presente ella misma al Hijo que es nuestra luz, nuestro amor, nuestro Pan de vida, cuando nos acercamos al altar al que nos conduce la Estrella de la fe. A partir de este momento abrimos nuestros tesoros; tenemos en mano nuestro oro, nuestro incienso y nuestra mirra, para el recién nacido. Recibirá estos dones con bondad y no llegará tarde con nosotros. Cuando nos retiremos como los Magos, dejaremos nuestros corazones como ellos bajo el dominio del Rey divino, y nosotros también por otro camino, por un camino completamente nuevo, volveremos a entrar en esa patria mortal que debe todavía retenernos, hasta el día en que la vida y la luz eterna llegarán para hacer desaparecer en nosotros todo lo que es de sombra y de tiempo" [1].
En el Misterio de la Epifanía, en el Misterio de la Encarnación redentora, encontramos la fuente y la fuerza para la conversión de nuestra vida en Cristo, para la transformación del mundo según el plan salvífico de Dios Padre, realizado por el Dios Hijo Encarnado, por el cual el Espíritu Santo habita la Iglesia, habita nuestros corazones.
Llevados al altar del Sacrificio Eucarístico por la estrella, que es nuestra fe católica, ofrecemos nuestros corazones, junto con la Virgen Madre de Cristo, San José, el Padre Putativo de Jesús, y los santos Reyes Magos, al glorioso Corazón traspasado del Señor. Nuestros corazones, permaneciendo firmemente en Su Sacratísimo Corazón, se volverán luz en Él y serán luz en nuestro hogar, luz en nuestros puestos de trabajo y de estudio, luz para todos los que encontraremos, y ellos ahuyentarán las tinieblas de la confusión, del error, del pecado y la muerte.
* Cardenal
[1] “Les Mages, prémices de la Gentilité, ont été introduits auprès du grand Roi qu’ils cherchaient, et nous les avons suivis. L’Enfant nous a souri comme à eux. Toutes les fatigues, de ce long voyage qui mène à Dieu sont oubliées; l’Emmanuel reste avec nous, et nous avec lui. Bethléhem, qui nous a reçus, nous garde à jamais; car à Bethléhem nous possédons l’Enfant et Marie sa Mère. En quel lieu du monde trouverions-nous des biens aussi précieux? Supplions cette Mère incomparable de nous présenter elle-même ce Fils qui est notre lumière, notre amour, notre Pain de vie, au moment où nous allons approcher de l’autel vers lequel nous conduit l’Étoile de la foi. Dès ce moment ouvrons nos trésors; tenons à la main notre or, notre encens et notre myrrhe, pour le nouveau-né. Il agréera ces dons avec bonté; il ne demeurera point en retard avec nous. Quand nous nous retirerons comme les Mages, comme eux aussi nous laisserons nos cœurs sous le domaine du divin Roi; et ce sera aussi par un autre chemin, par une voie toute nouvelle, qui nous rentrerons dans cette patrie mortelle qui doit nous retenir encore, jusqu’au jour où la vie et la lumière éternelle viendront absorber en nous tout ce qui est de l’ombre et du temps”. Prosper Guéranger, L’Année liturgique, Le Temps de Noël, Tome II, 20ème éd. (Tours: Maison Alfred Mame et Fils, 1923), pp. 106-107. Versione italiana: Prosper Guéranger, L’Anno liturgico, Vol. I – Avvento e Natale, tr. P. Graziani (Alba: Edizioni Paoline, 1956), p. 244-245.