En deuda con Dios
No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. (Mt 18, 22)
Acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano». Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán. (Mt 18, 21-35; 19,1)
Es espiritualmente muy peligroso no sentirse en deuda con Dios. La frase del Padre Nuestro «perdona nuestras ofensas» quedaría sin significado. Esto puede ocurrir, ante todo, porque no apreciamos los dones que Él nos hace cotidianamente. Además, podemos cometer el error de creer que todo lo que tenemos sea debido exclusivamente a nuestro méritos. De esta manera nos endurecemos respecto a nuestro prójimo más desafortunado, al que le exigimos todos nuestros derechos. Hoy detengámonos a pensar seriamente en la frase: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», meditando si tenemos a alguien a quien perdonar hasta setenta veces siete y si hemos conseguido perdonarlo completamente.