ENTREVISTA / CARDENAL COLLINS

“El Sagrado Corazón es una devoción que une afecto y razón”

El mundo ofrece “una visión superficial e ilusoria del amor” donde no se contempla el sacrificio. “Pero el amor cristiano es más profundo y significa imitar a Cristo”. En la espiritualidad del Sagrado Corazón trabajan juntos el afecto, el intelecto y la voluntad. La Brújula Cotidiana ha hablado de todo ello con el cardenal Collins.

Ecclesia 20_06_2024 Italiano English

Junio es el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, un culto que ha aportado grandes frutos de santidad a la Iglesia y cuya difusión se debe particularmente a santa Margarita María Alacoque (1647-1690). Benedicto XVI recordó que “en el corazón del Redentor adoramos el amor de Dios por la humanidad, su voluntad de salvación universal y su infinita misericordia”. El cardenal Thomas Christopher Collins tiene un afecto especial por esta devoción tan profundamente eucarística. De hecho, cuando era arzobispo de Toronto escribió una hermosa carta pastoral sobre el Sagrado Corazón de Jesús titulada “El corazón habla al corazón”. El cardenal canadiense ha vuelto a subrayar la importancia de este culto, especialmente en la actualidad, en esta entrevista concedida a la Brújula Cotidiana.

Cardenal Collins, ¿qué puede enseñar la corona de espinas con la que se representa el Sagrado Corazón de Jesús a una sociedad como la actual en la que el sufrimiento asusta?
El verdadero amor implica sacrificio, y este amor generoso y sacrificado a menudo implica sufrimiento. Leemos sobre el amor sacrificial de Jesús en la Carta a los Filipenses (2, 6-11), donde San Pablo dice que la segunda persona de la Trinidad no se “aferró” a su igualdad con Dios, sino que se despojó de sí mismo y vino a nuestro mundo, hasta el punto de aceptar la muerte en la cruz. Por eso hay una corona de espinas alrededor del Sagrado Corazón de Jesús, como en su crucifixión, porque el amor que Él ofrece no es autorreferencial, sino generosamente sacrificial, como debe ser el nuestro si vivimos a imitación de Cristo. Compartimos el sufrimiento de los demás, y dado que vivimos en un mundo que se aleja de Dios al igual que sucedía durante la vida de Cristo en la Tierra, los que son fieles pueden experimentar el sufrimiento. Hoy hay más mártires que en el siglo I. Nuestro mundo ofrece a menudo una visión superficial e ilusoria del amor que evita la posibilidad de una corona de espinas; pero el amor cristiano es más profundo y significa imitar a Cristo. Él ofreció un amor generoso en un mundo de gente de corazón duro, y esto le llevó a una corona de espinas. Los cristianos no tenemos que intentar evitar el riesgo de sufrimiento que corren quienes ofrecen el amor de Cristo en este mundo que a veces tiene el corazón frío.

Un corazón herido para simbolizar el amor verdadero, el amor divino. ¿Por qué no es una contradicción?
La herida en la imagen del Sagrado Corazón nos recuerda el fundamento bíblico de esta devoción, que no es un mero ejercicio de piedad, sino que, como la devoción a la Eucaristía y la devoción a María, tiene un sólido contenido doctrinal enraizado tanto en la Escritura como en la tradición. En Juan 19,34 leemos que un soldado atravesó el costado de Jesús con una lanza y salió sangre y agua. Esta herida en el corazón físico de Jesús en la cruz se ha considerado -y con razón- representativa no sólo de su sufrimiento a la par que la corona de espinas, sino también de la gracia sacramental que brota del sufrimiento, muerte y resurrección de Cristo. La gran encíclica del Papa Pío XII sobre el Sagrado Corazón se titula Haurietis aquas, del versículo del profeta Isaías (12,3): “Sacaréis agua con alegría de las fuentes de la salvación”. El amor de Cristo se derrama sobre nosotros y, sobre todo a través de los sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía, nos ofrece un pozo de salvación en nuestro camino por el desierto secular, en este territorio hostil a nuestra fe, en el que estamos de camino hacia la tierra prometida. El amor cristiano está arraigado en la realidad, no en la ilusión, y esta realidad implica tanto la lucha contra el mal como la realidad aún mayor de experimentar la gracia de Dios.

¿Qué simboliza la llama que rodea al Sagrado Corazón? ¿Cuál es la finalidad del fuego?
El Sagrado Corazón está rodeado de fuego. Representa la fuerza del amor de Cristo para transformarnos. En las Escrituras encontramos el fuego del sacrificio, en el que las ofrendas se consumen totalmente. El discípulo ofrece su vida totalmente por amor a Dios y al prójimo, y experimenta la totalidad del amor del Sagrado Corazón de Jesús. El fuego también puede ser un signo de purificación, y recordemos que Jesús, el Sagrado Corazón, comenzó su ministerio con una invitación a arrepentirse, porque el reino de Dios está cerca. Debemos reconocer honestamente la realidad del pecado y nuestra responsabilidad antes de poder arrepentirnos y experimentar la misericordia de Dios, simbolizada por el fuego purificador. El fuego es un signo de Pentecostés. Los discípulos de Jesús están llamados a propagar la fe como se propaga el fuego, algo que se representa litúrgicamente en la Vigilia Pascual cuando la solitaria luz de Cristo se introduce en la iglesia a oscuras y los discípulos extienden su brazo para alcanzar este fuego y compartirlo, de manera que toda la iglesia se ilumina con la luz de Cristo. El fuego también nos habla de la majestad divina de Jesús: al igual que en la zarza ardiente, Dios viene a nosotros a través del signo del fuego. El fuego del Sagrado Corazón nos recuerda en qué consiste nuestra vida de discípulos. En presencia del Sagrado Corazón, no podemos ser llamas titubeantes.

¿Debemos refutar a los que creen que la devoción implica creer en algo sin razón? ¿Qué lugar ocupan el intelecto y la voluntad en la espiritualidad de la devoción al Sagrado Corazón?
Todas las devociones, dado que implican la dimensión emocional y afectiva de nuestra humanidad, pueden distorsionarse y volverse sentimentales e irracionales. Esto es una distorsión, y lo vemos especialmente en algunas presentaciones artísticas sentimentales del Sagrado Corazón. Pero éste no es el sentido de las devociones. Las devociones son vitales porque no tenemos que ignorar la dimensión afectiva de la realidad, ni tampoco el intelecto o la voluntad. El corazón es el símbolo de esta dimensión afectiva. Recomiendo encarecidamente la lectura de El corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina, de Dietrich von Hildebrand (1889-1977). El afecto, el intelecto y la voluntad deben trabajar juntos. Cada uno puede ser destructivo si se desconecta de los otros. Una fe puramente intelectual desconectada del corazón es estéril, y desconectada de la voluntad es infructuosa. Una presentación de la fe católica demasiado intelectual, demasiado abstracta, en la que se desprecia la dimensión afectiva de la liturgia y de la piedad popular, es una de las principales razones de alejamiento de la práctica de la fe. Una fe basada únicamente en la voluntad, desconectada del intelecto y del corazón, es tiránica. Una fe puramente afectiva, desconectada de la razón, puede ser destructivamente sentimental, como vemos en la eutanasia y la glorificación de los sentimientos para crear una parodia del verdadero amor sacrificial que hunde sus raíces en la verdad que nos hace libres. La conciencia puede reducirse a “lo que siento que está bien”, y esto conduce a la incoherencia moral. Pero la devoción católica a la Eucaristía, a María y al Sagrado Corazón se basa sólidamente en la razón, la voluntad y la afectividad. Por eso, en este mundo desordenado en el que el intelecto, la voluntad y la afectividad se han separado entre sí, debemos hacer hincapié en estas devociones sanas y armoniosas.

¿Cómo puede ser la devoción al Sagrado Corazón de Jesús un remedio para curar el egoísmo?
Podemos aislarnos tan egoístamente en nuestra autonomía, rindiendo culto a la impía trinidad de yo, yo y yo mismo. Esto se ve exacerbado por nuestra estéril dependencia de las pantallas de ordenador, grandes y pequeñas, que nos alejan de las relaciones reales de carne y hueso y nos drenan de la experiencia afectiva. Las pantallas de nuestros ordenadores y teléfonos nos absorben el tiempo, mientras perdemos horas en relaciones y realidades abstractas. Como cantaban los Beatles: ¿de dónde viene toda la gente solitaria? (all the lonely people, where do they all come from?). Pero ya hace tiempo que Dante nos recordó la autonomía egoísta que es el infierno. Lo que vemos en el amor sacrificial de Jesús, más poderosamente representado en el Sagrado Corazón, es el generoso amor interpersonal de la Santísima Trinidad, encarnado en el generoso amor sacrificial de Jesús. Fuimos creados no para caer en la autonomía egoísta, sino para vivir en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo a través del amor generoso, a imitación de Cristo, un amor representado por el Sagrado Corazón.

¿Puede contar algún episodio personal que le vincule a la práctica de esta devoción en su vida espiritual?
En los últimos años he procurado meditar cada vez más en el Sagrado Corazón y en las oraciones asociadas a esta profunda y fecunda devoción doctrinal. Esto es especialmente cierto en el tiempo dedicado a la adoración de Nuestro Señor Eucarístico en el Santísimo Sacramento, una forma de culto que está íntimamente ligada a la devoción al Sagrado Corazón.

¿Qué sugerencias puede dar a nuestros lectores para cultivar la devoción al Sagrado Corazón durante el mes de junio?
Quisiera sugerir a todos que dediquemos el mes de junio al Sagrado Corazón de un modo muy personal, meditando el Evangelio en presencia del Santísimo Sacramento y procurando que en toda nuestra oración haya una sana armonía entre intelecto y afectividad que lleve a la acción de la voluntad, especialmente en la vida de conversión personal. También son de gran ayuda las Letanías del Sagrado Corazón. Lee cada día un capítulo del Evangelio y pregúntate al final: ¿qué dicen estas palabras a mi cabeza, a mi corazón y a mis manos? Sugiero también la lectura de El corazón, de Dietrich von Hildebrand, y de Haurietis Aquas, del Papa Pío XII.