El mundo hacia una catástrofe demográfica
Un estudio americano prevé una disminución generalizada de la población mundial a finales del siglo XXI con hasta veintitrés países, entre ellos Italia, que verán sus habitantes reducidos a más de la mitad. Es necesaria una gran reorganización social o será el desastre, dicen los investigadores. Pero no se encuentran soluciones y queremos seguir con la misma ideología antihumana que nos llevó a esta crisis. Una advertencia también para la Santa Sede.
A finales de siglo casi todos los países del mundo tendrán tasas de fecundidad inferiores al nivel de sustitución, y además hasta veintitrés países verán su población reducida a más de la mitad, y si las sociedades no son capaces de reorganizarse será un desastre. Por fin alguien que no está etiquetado como pro-vida (y por lo tanto desacreditado) se da cuenta de la catástrofe demográfica a la que nos enfrentamos. Hablamos de los investigadores del Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington (EE.UU.), cuyo estudio fue publicado por la revista científica The Lancet, y del que ha hablado con énfasis la BBC.
En realidad el estudio, financiado por la Fundación Bill y Melinda Gates, no utiliza tonos alarmistas aunque presenta datos dramáticos, aunque uno de los autores del estudio ha sido mucho más contundente en la entrevista concedida a la BBC, en la que habla de “datos asombrosos” de los que “es enormemente difícil comprender la gravedad”, ya que se tratará de “reorganizar completamente las sociedades”.
La novedad de este estudio radica en los modelos utilizados para la proyección de datos de población; modelos que son más completos y sofisticados que los utilizados por las Naciones Unidas para las proyecciones más recientes. Y así, mientras que el último informe de la ONU predice que la población mundial seguirá creciendo hasta el 2100, llegando a unos 11.000 millones de habitantes, la investigación americana en cuestión ve el pico de la población alcanzado ya en 2064 con unos 9.700 millones de personas y luego una disminución a 8.800 millones a finales de siglo.
Evidentemente, la evolución no es homogénea, pero destacan sobre todo los datos de los países que se dirigen hacia la extinción: Italia debería pasar de los 60 millones de habitantes actuales a 28 millones en 2100, mientras que Japón pasará de 128 millones a menos de 53, España de 46 a 21,5, Corea del Sur de 52,7 a 24,7.
Estas son cifras de pesadilla, que también tienen en cuenta la inmigración. El hecho es, según los investigadores, que si las tasas de fertilidad caen en todo el mundo, incluso los países que han elegido la inmigración como solución a la disminución de la natalidad se encontrarán en una fuerte competencia entre sí. Además, como hemos explicado muchas veces, la inmigración vista como una forma de llenar el vacío dejado por la población local crea muchos más problemas de los que puede resolver.
Dada la matriz ideológica y el patrocinador, la investigación subraya en primer lugar los aspectos positivos de estos datos, a saber: menos personas, menos emisiones de dióxido de carbono (CO2), menos presión sobre el medio ambiente. Sin embargo, por otra parte, pone de relieve el riesgo de una catástrofe social si no se puede responder a algunas preguntas sencillas: ¿Quién pagará los impuestos en una población en la que los ancianos son mayoría? ¿Quién pagará los servicios de salud para los ancianos? ¿Quién los cuidará? ¿La gente podrá seguir jubilándose?
La investigación no ofrece respuestas definitivas, ni tampoco pone en discusión ciertos supuestos “derechos civiles”: el aborto y la anticoncepción. Por el contrario, la pregunta básica es precisamente ésta: ¿Cómo es posible reequilibrar la población y reorganizar la sociedad sin cuestionar ciertos “logros”?
Digamos que la impresión que se tiene al leer este estudio es precisamente la de encontrarse en un callejón sin salida tal que se teme que la invocada “reorganización social”, lejos de poder ser controlada, sea en cambio un “repliegue social” general que sea al mismo tiempo origen y fruto de un largo período de inestabilidad y violencia, como lo fue al final del Imperio Romano.
Durante decenios se han invertido sumas espantosas de dinero para convencer al mundo entero de que el problema más grave es la superpoblación y que si las tasas de fecundidad no disminuían el mundo se habría enfrentado a una catástrofe; durante decenios se han cometido verdaderos crímenes de lesa humanidad, bajo el amparo de las Naciones Unidas, mediante esterilizaciones masivas y abortos forzados y selectivos (véase China y la India) con tal de reducir drásticamente los nacimientos.
También se ha inventado una “emergencia ambiental” para justificar el control de la natalidad, y no es casualidad que las investigaciones consideren la disminución de la población como una cifra positiva. Por lo tanto, se ha provocado artificialmente una devastadora crisis demográfica y ahora, sin una sombra de autocrítica, se están buscando algunas operaciones de ingeniería social para reparar los daños.
Pero el daño es demasiado grave para ser reparado; sobre todo porque pretenden encontrar soluciones basándose en la ideología antihumana que las causó. La investigación pone en evidencia precisamente la manera en que esta ideología reduce al ser humano: la crisis demográfica se ve sobre todo en términos de reducción de la fuerza de trabajo, como si el hombre fuera sólo un medio de producción, a partir de lo cual se puede entender entonces la enorme “carga” que representa un gran segmento de la población que ya no es productivo.
Ya sabemos, desgraciadamente, cuál es la primera medida (aunque no esté especificada), para reequilibrar la población: al igual que para contener los nacimientos los niños han sido eliminados sin piedad (el aborto y en algunos países incluso el infanticidio), ahora para reequilibrar la estructura de la población se pasa a la eliminación de los ancianos, empezando por el abandono terapéutico, que ya se ha convertido en una práctica en muchos países, para luego continuar con la eutanasia y el suicidio asistido. Ya hemos visto claramente en la emergencia del Covid el mecanismo: como no hay posibilidad de asistir a todos, se hace una selección, y obviamente los ancianos son los primeros en ser sacrificados.
Esto también debería ser una advertencia para ciertas figuras autorizadas de la Santa Sede que han abrazado la causa del desarrollo sostenible y el ambientalismo con entusiasmo, pensando así en el cuidado de la tierra según la voluntad del Creador. Ellos llevaron al Vaticano a pontificar a los principales exponentes de esta concepción anti-humana, desde Jeffrey Sachs hasta Paul Ehrlich, fanáticos partidarios del control de la natalidad y de la necesidad de reducir la población mundial. Su cuidado de la tierra consiste en eliminar a las personas, su lucha contra la pobreza consiste en eliminar físicamente a los pobres y a los más vulnerables. Caminar junto a ellos significará a la larga abrazar todas sus “terapias”, incluso aquellas que hoy en día son inconfesables.