El lobby LGBT está detrás de los ataques a Benedicto
El ataque al Papa Benedicto XVI llega al eje Roma-Alemania en el momento de máxima presión para impulsar la agenda LGBT en la Iglesia, también de cara al Sínodo. Y de fondo está la posición contraria sobre el escándalo de los abusos sexuales: a Benedicto no se le perdona haber denunciado la crisis de fe que está en la base de la corrupción moral. La paradoja es que quienes favorecen y promueven los abusos son quienes están tratando de incriminarlo.
“Hay una corriente que realmente quiere destruir a la persona y su obra. Nunca amó su persona, su teología, su pontificado. Y ahora existe una oportunidad ideal para llegar a un acuerdo, como la búsqueda de una damnatio memoriae”. Así, en una entrevista con el Corriere della Sera publicada el 9 de febrero, monseñor Georg Gänswein comentó los últimos ataques contra el Papa emérito Benedicto XVI sobre el tema de los abusos sexuales. Palabras fuertes, pronunciadas por el secretario personal de Benedicto XVI, que confirman con autoridad lo que ya está bajo los ojos de quien quiere ver. Sí, pero ¿a qué corriente se refiere Monseñor Gänswein y por qué este odio y esta determinación de destruir la persona y la obra del Papa emérito? En la entrevista no se dice, pero podemos intentar entenderlo juntando las diferentes piezas del rompecabezas.
En primer lugar, el momento: este nuevo ataque se produce en el momento de máxima presión para promover la agenda LGBT en la Iglesia, en el eje Alemania-Roma. En las últimas semanas hemos visto la salida de 125 sacerdotes y funcionarios eclesiásticos alemanes, apoyados de hecho por el Sínodo alemán que ha puesto por escrito, entre otras cosas, la bendición de las uniones homosexuales. Luego siguieron las declaraciones del cardenal Jean Claude Hollerich, presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE) pero también relator general del Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad. Dos comunicados sensacionales que no han recibido ninguna respuesta o corrección de Roma, de hecho: se recordará que en diciembre la secretaría del Sínodo había adoptado la documentación presentada por el grupo LGBT católico estadounidense más famoso, New Ways Ministry, una organización que en paralelo también tuvo la bendición de Papa Francisco, a pesar de que los obispos estadounidenses en 2010 establecieron que no se puede definir como una organización católica. Incluso a principios de enero, el Papa Francisco también escribió una importante carta de elogio a la cofundadora de New Ways Ministry, Sor Jeannine Gramick, ya desterrada de cualquier actividad pastoral desde 1999 precisamente por sus ideas sobre la homosexualidad, diametralmente opuestas a las de Iglesia. Cabe señalar que la Nota del 31 de mayo de 1999 lleva la firma del entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
A todo esto, hay que añadir que se abrió en Colonia el juicio de un sacerdote polaco, el padre Dariusz Oko, también profesor de la Universidad Católica de Cracovia, acusado de “incitación al odio” por un artículo suyo aparecido en la revista Thelogisches, titulado “Sobre la necesidad de resistir a los lobbies homosexuales en la Iglesia”. Padre Oko lleva muchos años denunciando la homoeresía en la Iglesia y el lobby que la sustenta, y recientemente publicó el libro “The Lavender Mafia” (la mafia lavanda es precisamente la LGBT).
La denuncia en su contra la presentó un sacerdote de la diócesis de Colonia que aparece como manifiesto viviente del clero homosexual, el padre Wolfgang Rothe, un conocido militante LGBT, que el pasado 4 de noviembre protagonizó una bendición de parejas homosexuales en una sauna para gays en Munich. De padre Rothe, que no está suspendido del ministerio, también son públicas las fotos en las que besa a un seminarista bajo una rama de muérdago.
Si este es el contexto actual (obviamente es solo una pequeña muestra de la corrupción moral en la Iglesia), entonces hay una pregunta fundamental sobre el escándalo de los abusos sexuales. Se recordará que en febrero de 2019 el Papa Francisco convocó una cumbre de los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo sobre el tema del abuso infantil en Roma, y fue la ocasión en la que emergieron dos lecturas completamente diferentes de la crisis. El Papa Francisco quería que la cumbre se centrara en el tema del clericalismo, considerado la causa del escándalo de la pedofilia, pero en abril siguiente se dieron a conocer unas “Notas” que el Papa Benedicto había puesto previamente a disposición como contribución a la cumbre. Benedicto en cambio leyó el escándalo como una terrible crisis de fe, el alejamiento de Dios, que a su vez había provocado el colapso de la teología moral, ahora fuertemente influenciada por la cultura del mundo, trastornada por la revolución sexual. También siguieron la línea del Papa Benedicto los cardenales Raymond Burke y Walter Brandmüller, quienes en vísperas de la cumbre firmaron una carta abierta en la que denunciaban “la agenda homosexual” extendida en la Iglesia y “promovida por redes organizadas y protegida por un clima de complicidad y silencio”. El mismo concepto expresado para la ocasión también por el cardenal Müller; no es de extrañar dado que todos los informes publicados hasta ahora sobre abusos, desde Estados Unidos hasta Francia, nos dicen que más del 80% de los abusos del clero son el resultado del comportamiento homosexual.
El argumento, sin embargo, se mantuvo rigurosamente alejado de la cumbre del Vaticano, para demostrar que el abuso sexual del clero y la homosexualidad no están correlacionados. Así en estos tres años, mientras por un lado ha habido proclamas contra los abusos, por otro ha habido diversos logros en la Iglesia por parte de colectivos LGBT, hasta los hechos de estas últimas semanas ya mencionados al inicio. No solo eso, ahora está cada vez más claro que el Sínodo sobre la sinodalidad será la ocasión para legitimar definitivamente la agenda LGBT en la Iglesia.
Por lo tanto, podemos comprender bien cómo Benedicto XVI (así como los que siguen su Magisterio) es un obstáculo como persona y como juicio sobre la crisis de la Iglesia, y por eso quieren destruirlo para permitir el triunfo imperturbable de la nueva Iglesia arcoíris. Puede parecer paradójico, pero quienes intentan incriminarlo en los abusos sexuales son precisamente quienes los favorecen y promueven.