El hito de los 8.000 millones de personas… Y hay espacio para muchas más
El hito de los ocho mil millones de habitantes en la Tierra ha sido la ocasión para infundir el habitual temor a la superpoblación. Pero el mundo no está superpoblado, simplemente los neomaltusianos imponen normas infundadas y engañosas (sobre agricultura, energía, alimentación) para impedir el desarrollo y disminuir la población. Es de ellos de quien hay que tener miedo.
Estos días ha habido mucho revuelo y se han publicado muchas noticias porque el 15 de noviembre habría nacido el ciudadano número 8.000 millones. Decimos “habría” porque la fecha ha sido fijada convencionalmente por la ONU, pero es necesariamente aproximada porque el tamaño de la población mundial sólo puede estimarse, ya que vastas zonas del mundo ni siquiera conocen lo que es un censo.
Fijar una fecha sirve principalmente para crear un evento que permita transmitir un mensaje. Y, de hecho, en la página web de la ONU dedicada al hito de los 8.000 millones, los mensajes (dos) son claros: el crecimiento de la población en los países pobres pone en peligro la consecución en 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, tal y como se recoge en la famosa Agenda 2030; y las naciones más ricas tienen niveles insostenibles de producción y consumo. Así que el objetivo es claro: frenar el crecimiento de la población en la medida de lo posible y evitar que la renta per cápita aumente, especialmente en los países ricos. En otras palabras, vuelven a proponer las viejas teorías maltusianas que ya han sido refutadas mil veces por la historia.
Como se recordará, Thomas Robert Malthus fue un pastor y economista anglicano que escribió un Ensayo sobre la población a finales de 1700 en el que argumentaba que el aumento de los recursos alimentarios no podría seguir el ritmo del aumento de la población, prediciendo así una rápida y dramática crisis alimentaria mundial, que nunca ha sucedido, ni mucho menos: baste decir que mientras que en 1804 la población mundial se estimaba en mil millones (por lo que ha crecido aproximadamente 8 veces desde entonces), desde 1820 hasta 2018 el Producto Interior Bruto (PIB) medio mundial per cápita ha crecido unas 15 veces. Y por muy desigual que haya sido el aumento de la riqueza, la situación también ha mejorado notablemente para los países más pobres, hasta el punto de que las grandes hambrunas que afligían algunas zonas especialmente de África en los años 60 y 70, son ya un recuerdo.
Esto no significa que ya no haya problemas de pobreza extrema y desnutrición, pero son situaciones más limitadas o causadas por regímenes políticos (véase Corea del Norte) y guerras. En cualquier caso –remitiéndonos de nuevo a los datos oficiales de la ONU- si en 1990 había 1.900 millones de personas en situación de extrema pobreza sobre algo más de 5.000 millones de personas que habitan la tierra (alrededor del 36%), hoy hay unos 700 millones (menos del 9% de la población mundial).
Además, la propia historia de los países desarrollados demuestra que las cosas funcionan al revés de lo que piensa la ONU: las tasas de fecundidad tienden a disminuir con el desarrollo y no al revés, como pretenden las políticas de desarrollo sostenible. Además, con el desarrollo también llegan mejores condiciones medioambientales, que en los países industrializados son mucho mejores hoy que antes de la revolución industrial. Pensar en derrotar la pobreza eliminando –o no permitiendo que nazcan- a los pobres es una ilusión. Por último, un corolario del enfoque de la ONU –que demoniza el ciclo producción y consumo- es que el desarrollo de los países pobres también debe limitarse estrictamente, o simplemente impedirse.
Solíamos decir que la realidad siempre se ha encargado de desmentir las tesis maltusianas. Sin embargo, a pesar de ello, no sólo no han pasado al olvido sino que hoy se han convertido en la base de todas las políticas globales, pero con una inquietante diferencia respecto al pasado: para evitar nuevos desmentidos de la historia sobre los límites del desarrollo y el agotamiento de los recursos, hoy las políticas neomaltusianas se centran en cambiar la realidad. Es decir: si la realidad demuestra que se pueden producir alimentos abundantes no sólo para 8.000 millones de personas, sino incluso para más; si se pueden producir más recursos de los que se necesitan; si es posible disponer de energía suficiente para un número cada vez mayor de personas y a costes cada vez más bajos; si el desarrollo permite realizar y poner a disposición tecnologías cada vez menos contaminantes… Entonces se cambian las reglas de la realidad.
Así, empezaron a demonizar primero el uso de la biotecnología en la agricultura, y luego también la agricultura tradicional, impulsando la agricultura orgánica y biodinámica, es decir, los tipos de bajo rendimiento y mayor coste, como los únicos éticamente aceptables. A continuación, acusaron a la ganadería de contaminar en exceso y de producir emisiones que alteran el clima, con el fin de reducir la producción de carne, especialmente la roja, empujando a la gente a hacerse vegetariana o a pagar mucho más por una carne que está destinada a ser cada vez más valiosa. Así, con el pretexto del cambio climático, se impulsa la eliminación de los combustibles fósiles (y se impide el uso de la energía nuclear) persiguiendo la utopía de obtener energía sólo de fuentes renovables, con la consecuencia de que nos encaminamos hacia una situación en la que la energía es cada vez más escasa, menos segura y mucho más cara, como ya estamos experimentando.
De esta manera, es decir, poniendo limitaciones tan rígidas como injustificadas y llenas de pretextoss, acabaremos haciendo la vida en el mundo cada vez más difícil, esperando así demostrar que en realidad somos demasiados. En resumen, los neomaltusianos quieren vengarse amañando las cartas.
Por lo tanto, el hito de los 8.000 millones debería hacernos tomar conciencia de esta impostura, y empezar a movilizarnos para acabar con estas políticas que pretenden reducir la pobreza y la población mundial. No hay peligro de un crecimiento demográfico descontrolado porque la mitad de los países del mundo ya tienen una tasa de fertilidad inferior al nivel de reemplazo, y la tasa de fertilidad mundial es de 2,3 hijos por mujer, ligeramente superior al nivel de reemplazo, que es de 2,1. Es decir, si estas tendencias se mantienen, es poco probable que el pico de población mundial supere los 10.000 millones. Más bien hay que preocuparse por los que sueñan con un mundo de hasta dos mil millones de personas, preferiblemente incluso menos.