Santa Cecilia por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

El error del Titanic

Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. (Jn 21, 6)

Después de esto Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. (Jn 21, 1-14)


La segunda pesca milagrosa, ocurrida después de la resurrección de Jesús, nos enseña que la Iglesia, representada por los discípulos y por la barca, no puede nada sin la ayuda de Jesús. Este hecho nos enseña a pedir siempre ayuda al Señor incluso cuando nos sentimos insumergibles. No cometamos el error de los constructores del Titanic, que escribieron en el casco: “Ni siquiera Dios puede hundirme”. Los Titanes de la mitología griega eran aquellos que se rebelaron contra los dioses y fueron derrotados. El Titanic tenía que ser la revancha para demostrar que los hombres, con su progreso, no necesitaban a Dios. Sabemos cómo acabó: el transatlántico se hundió en su primer viaje.