Santa Cecilia por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

El cristiano no puede renunciar a la anunciación

Jesús le dice: «¡María!». (Jn 20, 16)

Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”». María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto». (Jn 20, 11-18)


En el caso de María Magdalena, al oír el propio nombre pronunciado con amor por Jesús es suficiente para reconocerlo. La alegría de tener de nuevo a Jesús todos los días hasta el fin del mundo (e incluso después) no puede ser retenida, sino que se anuncia y se comparte, tal como Jesús le ordenó a María. El cristiano no puede renunciar a la anunciación, porque el cristiano es misionero, allá donde vaya y en cualquier momento. No olvidemos nunca testimoniar nuestra fe en Jesús resucitado, con las palabras y, sobre todo, con nuestra conducta de vida acorde al Evangelio.