El bien ya ha ganado: ¡Cristo ha resucitado!
La Resurrección es el acontecimiento que nos garantiza que la vida humana camina hacia otra vida: camina hacia la Tierra Prometida. Hoy estamos como en un puente: no podemos construir la casa en el puente, no podemos jugar todo en el hoy, pero debemos vivir caminando: debemos vivir calentándonos con la esperanza de la expectativa. Sin la resurrección de Cristo, no se puede explicar lo que sucedió alrededor de Cristo y después de Cristo.
La Resurrección de Jesús es el corazón del anuncio cristiano. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto, subraya que ésta es la noticia que le fue transmitida y la pasa fielmente a las diversas comunidades: “Porque ante todo[a] les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce” (1 Corintios 15: 3-5). Esta noticia es tan importante y decisiva que san Pablo llega a exclamar: “Y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes. Aún más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo” (1 Corintios 15, 14-15).
“¡Cristo ha resucitado!”. Esta alegre noticia se transmite de generación en generación y se fortalece con el testimonio de los mártires y santos; y dondequiera que llegue, ilumina la esperanza y confirma la expectativa de un mundo nuevo.
Sí, hoy lo decimos ante el mundo, lo gritamos ante nuestra conciencia que está tentada a volver a la desconfianza: ¡Cristo ha resucitado! La verdad que sostiene todo, el pilar que da estabilidad a toda la inmensa bóveda de la historia humana es un anuncio alegre: el mundo avanza hacia una meta de felicidad, que está más allá y muy por encima de nuestra imaginación. “La blasfemia más horrible que jamás haya salido de labios humanos”, escribió Paul Claudel, “es la siguiente: ¡quizás la verdad es triste!”. Esta dudosa afirmación es de Ernesto Renan, y Claudel da en el blanco cuando dice que es una horrible blasfemia.
¡No! Nosotros creemos exactamente lo contrario de lo que dijo Renan: la verdad es alegre, porque la última verdad es la Resurrección. La fe en la Resurrección nos compromete a amar la vida, a creer en la vida, a defender el sentido de la vida, a llenar de alegría toda la vida. Pero ¿cómo sucedió la Resurrección de Cristo? ¿Cómo se produjo este acontecimiento extraordinario que inició toda la aventura del cristianismo? Todo sucedió según el estilo que Cristo había inaugurado en Belén: la Resurrección no estalló como una bomba ensordecedora, sino que floreció silenciosamente como una espléndida flor primaveral. ¿Por qué?
Porque Dios no ama el clamor y no busca insensatas revanchas: Dios es Dios, ¡Dios no es un hombre! El profeta Oseas nos lo recuerda con palabras que son una clara invitación a desechar toda medida humana, cuando nos acercamos a los hechos de Dios: “Mi pueblo tiene querencia a su infidelidad; cuando a lo alto se les llama, ni uno hay que se levante. ¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? […] Mi corazón está en mí trastornado […] o daré curso al ardor de mi cólera [...] porque soy Dios, no hombre” (Oseas 11: 7-9).
Sin embargo, un hecho se impone objetivamente a la honesta reflexión de todo aquel que esté abierto a la verdad. Este es el hecho: de repente un grupo de hombres asustados (en la hora de la Pasión habían huido todos y el líder del grupo incluso había negado al Maestro) se convierte en un puñado de valientes, dispuestos a enfrentarse incluso a la muerte.
¿Por qué? ¡Nada sucede sin una causa! Entonces, ¿cuál es la causa de esta transformación? Los apóstoles dicen que vieron a Jesús resucitado. ¿Fueron engañados estos hombres? ¿Fue una alucinación colectiva? ¡No! Todos coinciden en que es imposible tener una alucinación colectiva que dure años y no caiga ni siquiera ante el golpe de la persecución y el martirio. El comportamiento humano sigue constante: si, en este caso, se acepta la explicación de la alucinación, también debe admitirse que la historia humana no sigue ninguna ley ni constante.
Otros todavía se preguntan: ¿es posible que un grupo de judíos, estrictamente monoteístas, pueda arrodillarse repentinamente ante un hombre que se proclama Hijo de Dios y muere en la Cruz, la horca de los esclavos? Algo debe haber pasado, algo se ha impuesto a la “razón” de estos hombres, de lo contrario nos encontraríamos, una vez más, ante un comportamiento inexplicable y absurdo.
Pero la explicación existe: ¡es la Resurrección de Jesús! De hecho, la fe en la Resurrección se explica solo por el hecho de la Resurrección.
Podemos agregar una reflexión más. Si, absurdamente, la Resurrección de Jesús fuese una “falsa historia”, hay que preguntarse: ¿es posible que el mayor movimiento ideal conocido en la historia nazca de una falsa historia y florezca el patrimonio del pensamiento del que el mundo se nutre desde hace dos milenios? ¿Es posible que de una “falsa historia” florezcan creyentes muy razonables como Leonardo da Vinci, Galileo Galilei, Giovanni Keplero, Isacco Newton, Blaise Pascal, Max Plank, Alessandro Volta, L. Pasteur, E.M. Ampère, Guglielmo Marconi? ¿¡Ellos, racionales en todos los campos, se habrían vuelto irracionales solo en la fe!?
Sinceramente, reconocemos una conclusión que se impone a la razón: sin la Resurrección de Cristo no se puede explicar lo que sucedió alrededor de Cristo y después de Cristo.
Pero ¿qué es la Resurrección? ¿Y qué luz lleva a la búsqueda de sentido para nuestra vida? La Resurrección es el acontecimiento que nos garantiza que la vida humana camina hacia otra vida: ¡camina hacia la Tierra Prometida! ¡Qué importante es saber! Si esto es cierto, hoy estamos como en un puente: no podemos construir la casa en el puente, no podemos jugar todo en el hoy, pero debemos vivir caminando; debemos vivir calentándonos con la esperanza de la expectativa.
La Resurrección de Jesús es un evento que nos recuerda que el cuerpo humano también se salvará. En otras palabras: la presencia de Dios que hoy sana el centro interior de nuestra persona, un día también abrazará el cuerpo y brillará en el rostro de todos aquellos que han acogido el amor de Dios. ¡Cuánto debemos respetar nuestro cuerpo!
¡Cuánto tenemos luchar, desde aquí abajo, para que el cuerpo sea liberado del peso del egoísmo y se convierta, ya hoy, en una transparencia del Misterio que está presente en el corazón! ¡Cuánto debemos esforzarnos por transmitir a los demás la conciencia de la dignidad del cuerpo humano, porque está destinado a la Resurrección!
Queda una última pregunta. Este futuro prometido por Dios, esta Resurrección de Jesús que anticipa el futuro del mundo, esta Resurrección que esperamos… ¿Qué relación tiene con el presente que vivimos? Entre el presente y el futuro eterno existe la misma relación que existe entre la semilla y la espiga, entre el brote y la planta. Y, dado que Dios es Amor y el Paraíso es la existencia humana libre de toda distancia de Dios, podemos decir con certeza que la futura Resurrección será toda en relación con la medida de la caridad que realizamos en la vida de hoy. De hecho, San Pablo nos recuerda: “La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia” (1 Corintios 13,8). La caridad es la última palabra del mundo, así como fue la primera palabra del mundo: porque Dios es Caridad.