Jueves Santo por Ermes Dovico
EL ANIVERSàRIO

Don Giussani: La “gran compañía” de la Iglesia

Hoy se cumple el centenario del nacimiento del siervo de Dios don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, cuyos miembros serán recibidos en audiencia por el Papa esta mañana. Confiamos su memoria a las palabras de uno de sus primeros y más cercanos alumnos, monseñor Luigi Negri, extraídas de su último libro “Con Giussani. La historia & el presente de un encuentro” (Ediciones Ares, Milán 2021).

Ecclesia 15_10_2022 Italiano English

Llegados a este punto, creo que es útil detenerse en un aspecto que define perfectamente la persona de Giussani: su amor a la Iglesia como pueblo de Dios y cuerpo de Cristo. La compañía, que he recordado anteriormente como una dimensión fundamental de la experiencia cristiana que Giussani supo hacer nacer y crecer, tiene un protagonista en su interior: es cada uno de nosotros, pero es algo más que nosotros, algo en lo que “nuestro nosotros” y “nuestro yo” encuentran su verdad profunda.

Giussani no puso el “yo” como punto de partida, ni fijó las condiciones o las circunstancias. En el Berchet, como creo haber aclarado, no empezamos con el “yo”, si por “yo” se entiende esa emergencia significativa pero provisional de nuestros propios sentimientos, nuestros propios problemas, nuestros propios proyectos. Por el contrario, el “yo” fue precisamente lo que descubrimos en la experiencia en la que nos vimos envueltos. Ni siquiera partimos de los análisis de psicólogos o sociólogos comprometidos con la descripción y explicación de la sociedad. Nadie era más consciente que Giussani del valor de las ciencias, y por eso mismo también de sus límites.

Por lo tanto, nunca ha basado su camino en la ciencia, en ningún tipo de ciencia; a lo sumo, ha pedido confirmación a la ciencia o ha desarrollado una dialéctica positiva a partir de ella o de las posibles objeciones que surgieran de ella, pero nunca ha tomado como “verbo” el pensamiento de ningún sociólogo o psicólogo, de ningún ilustrado o erudito de nuestro tiempo. El verdadero sujeto de esta empresa, el punto de partida de nuestra historia, es el pueblo cristiano. Giussani, comentando el Cántico de Laudes del domingo por la mañana, durante un encuentro con los universitarios de Comunión y Liberación a principios de los años 90, lo expresó admirablemente:

“Su victoria [la de Cristo] adquiere siempre el semblante de un pueblo que nada puede sofocar y destruir. Este es el sentido del Benedictus: el primer rostro de este pueblo a través del cual Dios domina el mundo, el rostro de ese pequeño pueblo judío. [...] Es a través de mí y de ti que Dios gana; a través de ‘mí y de ti’: ya es una empresa, ya es el comienzo de un pueblo. Cuando te casas, ¿qué es ese ‘ella y tú’, ‘él y tú’, sino el comienzo de un pueblo? Si no lo percibes como el principio de un pueblo, ya te has quedado fuera de la grandeza de aquello en lo que te estás introduciendo, estás como expulsado de aquello que intentas abrazar. ‘Guiaste con tu favor a este pueblo que redimiste’, la gran compañía, que es algo más que ‘tú y yo’: ‘tú y yo’ es Él; es Él –Él- nuestra gran compañía, ‘el lugar que Tú te has preparado para tu sede, Señor’. En ningún lugar de la tierra está tan clara esta conciencia como entre nosotros”.

De nuevo en la misma ocasión, reprendiendo a los universitarios por no cantar como debían, añadió: “Se trata, en todo caso, del pueblo que cantó las trompetas de Asís del Himno a los centinelas [...]: es una canción que hay que aprender bien, para evitar que la multitud falle de repente porque nadie sabe qué decir y el solista siga con su débil voz, dando una impresión bastante amarga de soledad”.

Y esta es una imagen extraordinaria para ayudarnos a comprender el vínculo inseparable entre el “yo” y la “gente”. El “yo” se reduce a una “voz débil” sin el coro del pueblo, y su soledad da al oyente “una impresión bastante amarga”. En cambio, en el compañerismo cristiano se valora plenamente el “yo”, ya que el pueblo y no la masa pasa a primer plano. Si la masa prevaleciera, no habría lugar para el “yo”; pero incluso sin el pueblo, el “yo” no podría ser plenamente él mismo. Sin el Bautismo, la Eucaristía, la Confirmación, la vida cristiana, la liturgia, la comunidad, el magisterio que la guía, el “yo” no podría existir plenamente como persona.

El protagonista de la vida de la historia es Cristo en su pueblo. Esto, desde la época de Berchet, surgía inmediatamente en cualquier cosa de la que hablara Giussani, y, no olvidemos, como he señalado más arriba, se puede y se debe hablar de todo porque la vida está hecha de todo. El protagonista de la gran compañía cristiana, en la que don Giussani está más presente que nosotros, es el pueblo de Dios, que es eterno como Dios, aunque cambien sus rostros, sus formas y sus maneras. Además, en Giussani surgió claramente la imposibilidad de reducir la comunión y la Iglesia, tanto en su conjunto como en sus formas particulares –la comunidad diocesana, el Movimiento, la familia- a un dato sociológico, psicológico, relacional.

En primer lugar, la Iglesia es un misterio que hay que adorar, que hay que venerar. Un misterio que es santo y divino no porque los cristianos sean impecables, sino porque está fundado por la acción del Espíritu Santo. Por ello, no puede concebirse simplemente como una estructura que hay que deconstruir porque no está en consonancia con los tiempos (y eso suponiendo que los tiempos y los cambios sean siempre positivos). De hecho, habría que entender a dónde conduce el cambio antes de afirmar su positividad. Creo que en un contexto como el actual, en el que la imagen generalizada de la Iglesia ha vuelto a ser la de una estructura que hay que adaptar a los tiempos, y por tanto deconstruir para reconstruirla según las nuevas perspectivas revolucionarias, es verdaderamente fundamental recuperar plenamente la lectura de la Iglesia como dato sacramental realizada de forma bastante oportuna por Giussani.

* Luigi Negri (1941-2021) ha sido arzobispo de Ferrara-Comacchio