San Esteban por Ermes Dovico
EL CATECISMO DE LOS DOMINGOS / 3

Disponerse al acto de fe

Aunque la primacía pertenece a la Gracia, la voluntad y el intelecto del ser humano pueden disponerse al acto de fe o hacer crecer la fe. Para el intelecto, la apologética desempeña un papel fundamental; para la voluntad, es necesario cultivar las virtudes y combatir los vicios.

Ecclesia 19_12_2021 Italiano English

En esta tercera lección queremos comprender cómo la voluntad del hombre y su intelecto pueden prepararse para el acto de fe o, si ya se han adherido a la fe, cómo pueden hacerla crecer.

Comencemos por considerar nuestra facultad intelectual recordando lo que hemos dicho y repetido siguiendo la enseñanza de santo Tomás de Aquino: la fe es un acto del intelecto que se adhiere; no debemos pensar que esta noble facultad del hombre es ajena al acto de fe.

Pensemos en primer lugar en la preparación del acto de fe.

  • ¿Qué significa preparar nuestra inteligencia para el acto de fe?

Si hay ciertas características en nuestra inteligencia, el acto de fe se hace más fácil o más difícil dependiendo del intelecto.

Recordemos siempre que el impulso hacia el acto de fe es siempre, de antemano, dado por la Gracia de Dios y, sin embargo, esta Gracia de Dios no quita la acción del hombre. Hoy nos ocupamos de la acción del hombre, teniendo siempre presente, sin embargo, la primacía de la Gracia de la que hablamos en la última lección.

La apologética tiene una importancia considerable en la predisposición del hombre en lo que a intelecto se refiere.

  • ¿Qué es la apologética?

Es la presentación de razones para creer y una defensa de esas razones. ¿Por qué sigue siendo importante la apologética? Porque una apologética sólida puede ayudar a eliminar las causas, deficiencias y dificultades que bloquean o desvían el intelecto humano.

Pueden ser de diferentes tipos. Por ejemplo, cuando se restablece una sana verdad histórica, sin ideologías, que deja claro que muchos errores o maldades atribuidas a los cristianos y a la Iglesia no son ciertos. Esto ayuda a revalorizar la Iglesia y su mensaje.

No podemos olvidar la importancia de comprender que los motivos que conducen a un acto de fe son importantes: un acto de fe no es el acto de un tonto o de alguien que deja de razonar y se abre a la fe.

La apologética en este sentido ayuda a disponer; no causa la fe, porque la fe nace cuando la Gracia llega a tocar. Y, sin embargo, la parte humana de abrirse a la verdad, de eliminar los errores, de profundizar en las motivaciones y las razones, tiene su peso. 

La conversión, la adhesión a la fe puede tener muchas razones, pero siempre hay un aspecto que toca al intelecto y lo libera de una prisión de errores. Puede ser un milagro del que uno es testigo, puede ser un análisis más razonado y sereno de los milagros, de las profecías... hay muchas maneras; por eso es importante cultivar la apologética y difundirla.

Esto es tan cierto como que los errores sobre la Iglesia, los Evangelios, la persona de Cristo, etc., alejan a la gente de la fe. 

Para los que ya han realizado el acto de fe, para los que se adhieren a Dios en la fe, el principio fundamental sigue siendo que la fe debe ser reforzada.

Ahora tenemos que comprender un aspecto importante: el objeto propio de nuestro intelecto, el bien de nuestro intelecto es lo verdadero. Esto significa que cuanto más avanzamos en el conocimiento de lo verdadero, más se perfecciona nuestro intelecto; cuanto más alejamos la oscuridad del error y la confusión, más alejamos de nuestra inteligencia la imperfección de la ignorancia. La ignorancia es un mal que aflige al intelecto. Esto no significa que todos tengan que saberlo todo en cierto grado, pero es cierto que cada uno de nosotros está obligado a hacer todo lo posible para instruir su inteligencia, para abrirla a la verdad en todo su potencial, que puede ser menos para uno y más para otro. Lo importante es aspirar a la perfección de nuestra inteligencia, que es un don de Dios.

La ignorancia no es una virtud, no es un bien del intelecto, y es absolutamente falso que saber menos sobre las verdades que Dios nos ha revelado sea una condición que nos ayude a ser humildes. No es cierto. La humildad tiene que ver con la disposición del hombre, lo veremos en los próximos episodios, pero ese desajuste entre la perfección del intelecto y el orgullo, por un lado, y la imperfección del intelecto y, por tanto, la humildad, por otro, simplemente no existe. El intelecto nos ha sido dado por Dios para abrirse a la verdad y hacerlo en la medida de sus posibilidades.    

Los misterios divinos superan nuestra inteligencia, superan la capacidad del hombre y también la capacidad del hombre elevada por la Gracia, porque Dios es Dios y es infinito, mientras que nuestra inteligencia es finita. Y, sin embargo, podemos progresar en el conocimiento de los misterios a través de la luz de la fe, ayudados también por la luz de la razón, y este conocimiento es fecundo: se abren auténticos campos de investigación que enriquecen al hombre, lo confirman en la verdad profunda de su fe y sacian su sed en los pastos de la verdad revelada.

¿Qué podemos decir en cambio de la voluntad?

Para prepararse para la fe, pero también para conservarla y fortalecerla, es importante eliminar el defecto, la imperfección de la voluntad. Así como el intelecto tiene su imperfección en la ignorancia o el conocimiento erróneo y su perfección, su bien, en el conocimiento de la verdad, así también la voluntad tiene su perfección e imperfección.

La voluntad tiene como meta, como realización, la elección del bien, y por tanto la virtud, que es una inclinación arraigada en la voluntad humana hacia el bien. Su imperfección serán, pues, los vicios, los llamados vicios capitales o pasiones.

- En la tradición occidental se clasifican con los siete vicios capitales que aparecen en la Moralia, sive Expositio in Job de san Gregorio Magno: orgullo, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.

- La tradición oriental se basa en la clasificación realizada por Evagrio Póntico en su Tratado sobre la vida monástica, que consiste en ocho pasiones o espíritus de maldad: gastimargía (gula), pornéia (lujuria), filargiría (que es la combinación de avaricia y codicia), tristeza, ira, acedia, cenodossia (vanagloria) y orgullo.

Estos movimientos no regulados afectan claramente a la actividad de la voluntad y, por tanto, también afectan negativamente al acto de fe. Por eso es importante hacer este trabajo sobre la voluntad, porque cuanto más vicio hay en la voluntad, más se frenará en el acto de fe. Y al mismo tiempo, cuanto más vicio hay en la voluntad, más peligra la fe, porque las pasiones no reguladas pueden tomar el control, lo que puede frenar o hacer retroceder la fe. Y muy a menudo es el desprecio de estas pasiones, la superficialidad en reconocer y no luchar contra estos vicios capitales tan arraigados –quizá ni siquiera de forma evidente, sino que crecen sin que seamos conscientes de ello- lo que está en el origen de la pérdida de la fe. No nos hemos dado cuenta de que hemos permitido que esas pasiones y esos vicios ganen terreno, que extiendan sus tentáculos sobre nuestra voluntad, hasta el punto de bloquearla de alguna manera y llevarla donde no debe ir.

Así que se entiende bien que en la vida de fe debemos crecer en todos estos aspectos:

1 - Las verdades reveladas.

2 - La firmeza, la certeza con la que nuestro intelecto conoce la verdad revelada y se adhiere a ella.

3 - La disposición de la voluntad a abandonarse a Dios, a confiarse a Dios, a confiar en Dios que se revela.