EL CASO MEGXIT

Después del altar, el trono: El triste final de la realeza

La despedida de Harry y Meghan de la Familia Real representa un nuevo acercamiento de la Monarquía Inglesa a su ignominioso fin. La decadencia del papel del Trono sigue a la decadencia del papel del Altar y es una consecuencia de la pérdida del sentido religioso.

Internacional 24_01_2020 Italiano English

En Gran Bretaña en estos días no se habla de otra cosa que no sea el llamado Megxit, es decir, la decisión de los Duques de Sussex, Harry y Meghan, de dejar su papel en la Familia Real. Una noticia que –como decíamos- en los tabloides británicos está superando en interés al proceso del Brexit, a las demandas cada vez más apremiantes de un nuevo referéndum de los independentistas escoceses, a la formación del nuevo gobierno en Irlanda del Norte o incluso a la repentina crisis de gobierno en la República de Irlanda que ha llevado a convocar elecciones parlamentarias anticipadas el próximo 8 de febrero. El tema del día es la crisis de la familia real.

Los hechos son bastante conocidos: el segundo hijo del heredero al trono de Inglaterra comunica con un twitter su “renuncia” y la de su esposa como miembros de la Familia Real. Escriben literalmente: “We intend to step back as ‘senior’ members of the Royal Family”. Es decir, quieren “dar un paso atrás” con respecto a su estatus de miembros “senior” de la Familia Real. Una formulación bastante curiosa. De hecho, el sobrino de la reina Isabel comunica una decisión clamorosa, histórica y destinada a ser causa de discusión  como si estuviera renunciando a su pertenencia a un club, de golf o de bridge, del que es miembro “senior” o, en este caso, un miembro de “primera línea”.

La prensa se ha volcado en esta escandalosa noticia destacando el carácter provocativo y libertario de la elección, centrando obviamente la atención en el miembro más glamuroso de la pareja, la americana Meghan Markle. El resultado ha sido un gran revuelo que podría tener considerables repercusiones publicitarias para la pareja, que ha elegido dar este “paso atrás” con respecto a su papel y tareas institucionales para trasladar su equipaje a Canadá, el país del Commonwealth más cercano a los Estados Unidos. En los últimos días -no por casualidad- Meghan ha anunciado que ha firmado un contrato como dobladora de voz para Disney, a cambio de una donación a una organización que se ocupa de la protección de los elefantes. La duquesa de Sussex, según los informes de los medios de comunicación británicos, grabó el doblaje antes de irse con el príncipe Harry a Canadá.

La donación se destinará a Elephants Without Borders (Elefantes sin Fronteras), una organización medioambiental que lucha contra la caza furtiva. Según el periódico Times, el acuerdo con Disney podría ser un indicio de los futuros compromisos de Meghan, que junto con el príncipe Harry podría aspirar a explotar su estatus de celebridad en el mundo del espectáculo.

Tras la sorpresa inicial, la propia Reina asumió el control de la unidad de crisis convocando una cumbre en la residencia real de Sandringham, Norfolk. La cumbre –en la que Meghan no participó-, que en principio se pensaba que conllevaría sanciones de la Soberana contra los nobles rebeldes, terminó por dar lugar a un comunicado en el que la Reina declaraba: “Hoy mi familia ha tenido una discusión muy constructiva sobre el futuro de mi sobrino y su familia. Apoyamos totalmente el deseo de Harry y Meghan de crear una nueva vida para ellos mismos como una joven familia. Aunque hubiéramos preferido que siguieran siendo miembros de la Familia Real a tiempo completo, respetamos y comprendemos su deseo de vivir una vida más independiente mientras siguen siendo una parte importante de mi familia”.

En el comunicado del Palacio de Buckingham, la Reina Isabel continúa diciendo que “Harry y Meghan han dejado claro que no tienen la intención de depender de los fondos públicos en sus nuevas vidas. Por eso se ha decidido que habrá un período de transición en el que los Duques de Sussex pasarán tiempo en Canadá y el Reino Unido”.

En resumen, al final las arcas del Estado ganan y la soberana de noventa años ha mostrado a sus súbditos un rostro simpático y benévolo, decididamente acorde con los tiempos. ¿No hay crisis, entonces, para una de las instituciones más antiguas del mundo, la Corona de Inglaterra? Al contrario: este asunto representa un acercamiento más de la monarquía inglesa a su ignominioso fin.

La decadencia del papel del Trono sigue a la decadencia del papel del Altar. La religión anglicana está - como ya se sabe- en un estado preagónico. El propio catolicismo está experimentando en Inglaterra los reflejos de la crisis general de la Iglesia Católica. A la decadencia del Altar le sigue ahora la del trono, a pesar del afecto que los súbditos ingleses siguen teniendo por la institución, quizás porque recuerdan lo que ocurrió en la única fase “republicana” de su historia: la sangrienta dictadura de Oliver Cromwell.

La crisis del Trono es una consecuencia de la pérdida del sentido de lo religioso. La Doctrina Católica afirma que, en el acto del Bautismo, el cristiano se reviste de los tres “oficios” que emanan de Cristo mismo: Sacerdote, Rey y Profeta. Estos oficios son infundidos a todos los fieles, pero siempre han sido cumplidos de manera eminente por personas llamadas a desempeñar una función específica. Esta función real ha sido siempre un complemento necesario y un pilar del Pueblo de Dios.

En el cristianismo, la realeza es la función de “ordenar el mundo” de acuerdo con el Logos, con la ley divina y la armonía, con el mensaje del Evangelio.

La realeza es la “correa de transmisión”, el instrumento a través del cual el mensaje de Cristo irradia eficazmente en el mundo, el medio por el cual el mundo no sigue siendo un “mundo profano”: un mundo secularizado y alejado de Dios, pero por el cual es redimido y devuelto a su Creador incluso en las expresiones más terrenales.

Desde este punto de vista, es evidente que la decadencia o incluso la desaparición de la función regia, ejercida de manera eminente, ha sido la causa principal de la decadencia general del cristianismo en los últimos siglos, así como del debilitamiento, que hoy parece ser irreversible, de su poder como “transmisor de la civilización”.

El “paso atrás” del Duque de Sussex representa una verdadera deserción de esta tarea. La Reina era obviamente consciente de ello, pero ni ha querido ni ha podido hacer nada para evitarlo. Estamos en un tiempo de hiperbuenismo, y así -parafraseando una de las frases más hermosas de la saga de la Guerra de las Galaxias-, la Monarquía muere en medio de un estruendo de aplausos, y con ella el papel de servicio de esta institución.