San Leonardo de Noblac por Ermes Dovico
DESPUÉS DE VALENCIA

¿Cambio climático? No, cambio antropológico

La tragedia de Valencia, donde las inundaciones son recurrentes, demuestra lo peligrosa que es la ideología que culpa al hombre del cambio climático y hace que la gente descuide la buena gestión de la tierra en favor de políticas verdes costosas e inútiles.

Creación 06_11_2024 Italiano English

Recuperación de víctimas, búsqueda de desaparecidos, recuento de daños, polémica y reacciones furibundas de la población. La trágica riada que ha asolado la provincia de Valencia y se ha cobrado 222 vidas (aunque el balance aún es provisional) no deja de suscitar interrogantes sobre cómo ha sido posible semejante catástrofe.

Como siempre ocurre en circunstancias similares, desgraciadamente, por un lado está el coro (políticos y medios de comunicación) de los que ya han decidido que todo se debe al cambio climático provocado por la actividad humana; y por otro las voces (sobre todo en las redes sociales) de los que ven una conspiración o la mano de alguien que, por no se sabe qué razón, disfruta provocando desastres naturales.

Lo cierto es que lo ocurrido en la Comunidad Valenciana -y en los días siguientes también en Barcelona- es un suceso extremo, sí, pero no es nuevo en absoluto. La última inundación desastrosa que sufrió Valencia fue en 1957 (al menos 81 muertos, aunque según otras fuentes las víctimas superaron el centenar), pero se calcula que desde 1321 ha habido al menos 75 grandes inundaciones. Por eso, tras la de 1957, el entonces dictador Francisco Franco ordenó desviar el río Turia fuera de la ciudad (y el cauce se convirtió en un parque). Esto no quita que incluso después de 1957 se hayan producido eventos extremos en la provincia de Valencia, el más reciente en enero de 2020, con inundaciones que no afectaron a los principales núcleos de población.

Algo similar cabe decir de Barcelona y toda Cataluña, comunidad autónoma sometida también a las llamadas “riadas”, con lluvias tan intensas que desbordan numerosos cauces en pocas horas. Hay que recordar que la peor catástrofe natural de la historia de España se produjo en Barcelona en 1962 con las inundaciones provocadas por el río Rubí, con un balance de más de 800 muertos.

Por lo tanto, invocar el fantasmal cambio climático provocado por el hombre es una idiotez y una falta de respeto a las víctimas, al igual que es ridículo sacar a colación la “inseminación de nubes” que supuestamente se está produciendo en Marruecos.

Si hay alguna responsabilidad humana en la gravedad del balance, probablemente se encuentre en la gestión de la emergencia. De hecho, las imágenes de la televisión y las redes sociales dan la clara impresión de ciudadanos sorprendidos, abrumados por las aguas mientras realizaban sus actividades cotidianas. No en vano, gran parte de la polémica se centra en el retraso con el que se comunicó la alerta meteorológica. Podríamos hablar de un caso flagrante de subestimación y superficialidad, más grave aún si se tiene en cuenta que los fenómenos extremos en esa zona son recurrentes. También hay quien señala que la situación se ha visto agravada por el auge de la construcción de finales de los 90 y principios de los 2000, que ha multiplicado la edificación de zonas verdes, incluso cerca de los ríos, dificultando la absorción del agua.

Pero también hay una responsabilidad que es cultural e ideológica. A estas alturas, pase lo que pase, la responsabilidad se atribuye al calentamiento global antropogénico. Además, la política está dominada por la histeria ecológica, lo que produce una serie de efectos secundarios nocivos. Mientras tanto, se abandonan los viejos principios de sabiduría que acompañaron el desarrollo de la humanidad: los fenómenos meteorológicos extremos son una realidad a la que el ser humano siempre ha intentado adaptarse. Tanto es así que allí donde ha habido desarrollo, las poblaciones se han vuelto menos vulnerables y, por tanto, el balance de vidas perdidas ha disminuido a pesar del aumento de población. Ciñéndonos a España, basta con ver este gráfico que muestra el número de víctimas de las inundaciones en España en los últimos 80 años.

Ya que hablamos de inundaciones, las obras de adaptación consisten en presas, diques, desvíos de cauces (como en el caso de Valencia después de 1957), cuencas de laminación, etc. Hoy en día, sin embargo, la ideología ecologista ha convencido a los políticos de que es mejor intentar cambiar el clima reduciendo las emisiones de CO2, dando por sentado que ésta es la causa de las catástrofes naturales. En la práctica, es como decidir dejar de gastar diez euros para comprar un paraguas y en su lugar gastar miles de euros en el vano empeño de detener la lluvia.

Una locura ideológica que, sin embargo, ya es una política establecida; y la opinión pública, aterrorizada por años de machacona propaganda, en nombre del clima acepta el desguace de coches, la devaluación de las viviendas, los costes desorbitados para adaptar las casas a la nueva normativa, las restricciones a la circulación, el aumento de los costes energéticos y otras muchas cosas sin pestañear. También forma parte de esta locura colectiva la ley europea de “Restauración de la Naturaleza” (aquí y aquí) que, en nombre de la protección de la biodiversidad, impide terraplenes, presas y otras intervenciones que protegen a las personas de las inundaciones.

Un segundo efecto nefasto de esta ideología es el desplazamiento de la inversión desde la observación de la realidad y la vigilancia y protección del territorio hacia la construcción de modelos climáticos cada vez más sofisticados para predecir el clima futuro. Así, cada vez hay menos datos reales y más proyecciones estadísticas, lo que, por otra parte, es una paradoja porque las proyecciones sobre el futuro son más fiables cuando se tienen más datos reales. No se equivocan, por tanto, quienes se han preguntado estos días cómo es posible afirmar con tanta certeza cómo será el clima dentro de 50 años cuando no se puede predecir cómo será la tormenta dentro de dos horas.

Si pensamos por ejemplo en Italia, cuyo territorio de norte a sur se caracteriza por una grave inestabilidad hidrogeológica, ¿a dónde van a parar los muchos miles de millones de euros destinados a las políticas climáticas? Desde luego no a la protección del territorio, que en cambio se desfigura aún más con turbinas eólicas e interminables extensiones de instalaciones fotovoltaicas.

Y vinculado a esto hay un tercer factor, a saber, la descarga de responsabilidad por parte de políticos y administradores. Como demuestra el caso de Valencia, pero también lo que ha ocurrido en Italia (en Emilia Romagna por ejemplo) la responsabilidad de los administradores que no ponen en marcha proyectos ya aprobados hace décadas para evitar o limitar las inundaciones, que permiten edificaciones imprudentes, que penalizan la agricultura, es enorme. Pero como la culpa siempre es del calentamiento global antropogénico, se justifican con lo que están haciendo para incentivar la energía verde, frenar el tráfico de coches y otras cosas por el estilo. Y la culpa es del gobierno o de las empresas que no hacen lo suficiente para reducir las emisiones de CO2.

Así que no nos sorprendamos si a partir de ahora vemos una inversión de la tendencia a la baja en el número de víctimas de catástrofes naturales: no es el cambio climático, sino el cambio antropológico.



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