CONFERENCIA SOBRE EL CLIMA

Calentamiento global y dinero para los países pobres: la Cop29 empieza con mal pie

¿Cuánto dar a los países en desarrollo para ayudarles a luchar contra el cambio climático? Básicamente, este es el tema de la Cop29 que ha comenzado ayer en Bakú. Pero podría ser la última a la que asista EE UU: Trump ha prometido que su país la abandonará, y por lo tanto la UE por sí sola haría muy poco.

Creación 12_11_2024 Italiano

La nueva conferencia internacional sobre el clima, la Cop29, ha comenzado ayer sin demasiada importancia y con muchas ausencias importantes. También esta vez, como en la pasada edición, se celebra en un país petrolero, Azerbaiyán, en la capital, Bakú (el año pasado, la Cop28 fue en Dubái, en Emiratos Árabes Unidos).

El marco en el que también se desarrolla esta conferencia sigue siendo el Acuerdo de París. Dicho acuerdo de 2015, fuertemente defendido por el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, establece el objetivo de contener el calentamiento global dentro de los 2 grados centígrados y continuar los esfuerzos para mantenerlo por debajo de 1,5 grados en comparación con los niveles preindustriales. La estrategia seguida para lograr este objetivo es una nueva forma de planificación industrial indirecta en la que cada Estado tiene que imponer límites a las emisiones de gases de efecto invernadero y encontrar estrategias para absorber los gases de efecto invernadero emitidos.

El tema central de esta conferencia de Bakú es la “financiación climática”: se intentará establecer el “Nuevo Objetivo de Financiación Climática” (NCGQ). En pocas palabras: cuánto dinero dar a los países en desarrollo que no pueden permitirse una transición verde al estilo europeo. En 2009, en la Cop15 de Copenhague, los países de la UE, Estados Unidos y otros países democráticos industrializados (Australia, Canadá, Japón, Islandia, Noruega, Nueva Zelanda y Suiza) se comprometieron a financiar a los países en desarrollo con 100.000 millones anuales, hasta 2020, para poner en marcha proyectos de mitigación (reducción del calentamiento global) y adaptación al cambio climático. En 2015 el compromiso se renovó por otros cinco años con los Acuerdos de París. Ahora se acerca la fecha límite y se busca un acuerdo para renovarlo.

Sin embargo, a los países en desarrollo también les gustaría ser compensados por lo que sus gobiernos calculan como “daños del cambio climático”. Los países donantes no están en contra de esto, pero prefieren crear un fondo separado con gestión a parte, un fondo que también se discutió en la última COP de Dubai en 2023. Además, los países en vías de desarrollo exigen una financiación mucho mayor para los costes de mitigación y adaptación en sí mismos. La estimación de 100.000 millones anuales, calculada en 2009, es ahora insuficiente. El Comité Permanente de Finanzas de la CMNUCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), tras recoger las estimaciones de los gobiernos de los países en desarrollo, calcula que se necesitan al menos entre 5 y 9 billones de dólares en los próximos cinco años. Ni que decir tiene que el cálculo lo hacen gobiernos que tienen todo el interés en recibir el máximo dinero posible de los países más ricos, no para la lucha por el desarrollo esta vez, sino para la urgente y universal batalla del clima.

Por ello, el presidente azerbaiyano de Cop29, Mukhtar Babayev, habla de “momento de la verdad” en referencia al Acuerdo de París. Para no faltar tampoco a su catastrofismo, afirma que “vamos camino de la ruina”. Pero su país es el primero en dar mal ejemplo. La economía de Azerbaiyán está impulsada por el sector de los hidrocarburos, que representa alrededor del 90% de las exportaciones del país y entre el 30% y el 50% de su PIB, en función de la evolución de los precios del petróleo y del gas. Toda una contradicción, teniendo en cuenta que uno de los objetivos estratégicos de la descarbonización es precisamente la eliminación de los combustibles fósiles.

La Unión Europea siempre ha sido la que más ha controlado su política de reducción de emisiones. Pero los líderes de sus países miembros más importantes han demostrado que consideran más importantes otras cuestiones. Tanto Emmanuel Macron como Olaf Scholz se han ausentado de la reunión. Estados Unidos ha estado allí representado por el enviado John Podesta, el último de la administración saliente de Biden. El nuevo presidente, Donald Trump, ha prometido que va a retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París. Podesta ha tratado de tranquilizar a sus colegas en Bakú, afirmando que “aunque el Gobierno federal de EE.UU. de Donald Trump pueda estar dejando en un segundo plano la acción contra el cambio climático, el trabajo para frenar el cambio climático continuará en EE.UU. con compromiso, pasión y convicción”.

Pero cambiará por completo la filosofía subyacente: nadie impedirá que el empresario, el alcalde o el gobernador sean sistemáticamente ecologistas. Lo que Trump quiere evitar es la planificación industrial, las cuotas estrictas de emisiones a nivel nacional, las restricciones al desarrollo de tecnologías que se consideren poco conformes con el plan de París. Todas políticas que arriesgan que EEUU pierda la competencia frente a China. El gigante asiático, que se adhiere formalmente a París, ha duplicado de hecho sus centrales de carbón en los dos últimos años y no tiene intención de renunciar a su galopante desarrollo industrial para reducir las emisiones.

Si Estados Unidos también abandona el acuerdo, será la UE la que se quede con las manos vacías: con un programa de desindustrialización sustancial que ya está causando estragos en sectores como la automoción, con graves consecuencias para el empleo. Una Europa “descarbonizada” por sí sola no marcará la diferencia en la lucha mundial contra el cambio climático. Al contrario, marcará la diferencia para los europeos: haciéndoles más pobres.