Ante el niño Jesús
Os anuncio una buena noticia (Lc 2,10)
Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». (Lc 2,1-14)
¿Qué es lo que buscan los hombres de todos los tiempos? Buscan la felicidad. Con la Encarnación y el nacimiento del Hijo, Dios se mezcla visiblemente, se introduce en esta búsqueda de la felicidad, no solo indicándonos el camino con los mandamientos, sino proporcionándonos la Gracia necesaria para seguirlos a través de los sacramentos. Justamente, Jesús divide el tiempo en antes y después de Él. Pongámonos ante el niño Jesús y pidámosle que nos haga ver tanto los vicios que nos afligen como la Gloria eterna a la cual aspiramos todos.