Acuerdos entre Israel y Hamás: un punto de partida y no de llegada
La satisfacción por el alto el fuego y la liberación de rehenes y prisioneros no debe hacernos olvidar que el camino hacia una paz duradera aún es muy largo y está lleno de incógnitas. Además, existe un problema de liderazgo en ambos bandos.

A pesar de sus detractores, hay que reconocer que el presidente estadounidense Donald Trump ha sido el principal protagonista del acuerdo entre Israel y Hamás por el que nadie habría apostado hasta hace unos días. Por lo tanto, se entiende su aspiración a recibir el Premio Nobel de la Paz, a pesar de que las decisiones de las últimas décadas han devaluado considerablemente el significado de este premio.
Pero sería muy triste que el día de las celebraciones en Israel y Gaza (en la foto LaPresse) por el alto el fuego, la atención se desviara de la situación en Oriente Medio hacia los deseos —ya veremos si se cumplen— de Trump.
En cualquier caso, el acuerdo, alcanzado también gracias a la colaboración de Egipto, Qatar y Turquía, a quienes Trump ha reconocido el mérito, no debe considerarse un punto de llegada, sino un punto de partida. No solo porque el intercambio de prisioneros y el alto el fuego son solo los primeros puntos del plan de paz que Trump había anunciado la semana pasada, a los que seguirán otros más complicados de llevar a cabo y aún por negociar, sino porque, para garantizar la estabilidad futura, habrá que abordar de raíz los nudos que subyacen en este conflicto que dura al menos 77 años. El patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, lo ha dicho en varias ocasiones y lo ha reiterado ayer: “El fin de la guerra no es el fin del conflicto”.
En este delicado momento, hay que temer sobre todo alguna acción de sabotaje por parte de elementos o facciones que, en uno y otro bando, se oponen a los acuerdos. Lamentablemente, en Oriente Medio suele ocurrir que, cuando se acercan los acuerdos de paz, hay quienes intentan echarlo todo por tierra con algún gesto sensacionalista. La masacre del 7 de octubre de 2023 también entra en esta categoría, ya que ocurrió precisamente cuando se esperaba la firma de los Acuerdos de Abraham entre Israel y Arabia Saudí, que desde entonces han quedado congelados. Y si nos remontamos más atrás, recordamos el asesinato en 1995 del primer ministro israelí Yitzhak Rabin a manos de un colono que lo consideraba un traidor por haber firmado los acuerdos de Oslo con el líder palestino Yasser Arafat.
El acuerdo firmado el 9 de octubre, además, pone en una posición difícil sobre todo al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, que ha tenido que renunciar al plan de desalojo de Gaza de la presencia palestina y a la anexión de Cisjordania (objetivos que se han ido explicando durante la guerra), aunque la situación de lo que los israelíes llaman Judea y Samaria aún está por definir según el Plan Trump. Y para poder llegar a un acuerdo, ha tenido que reconocer a Hamás como contraparte legítima. Por lo tanto, será difícil imaginar una salida tranquila del grupo terrorista, como prevé el Plan Trump.
Más bien, el acuerdo demuestra el grave error de Netanyahu, que ha querido eliminar a Hamás solo con la fuerza de las armas y, de hecho, en dos años de bombardeos intensivos no lo ha conseguido. Trump, en cambio, ha comprendido que la acción armada tiene que ir acompañada de una vigorosa acción diplomática destinada a convencer a los países patrocinadores de Hamás de que retiraran concretamente su apoyo. Y ésta ha sido la clave del éxito, vista, por ejemplo, la cooperación efectiva de Qatar en la mediación. Y es significativo que anoche Irán también expresara su satisfacción por el acuerdo alcanzado, según ha informado Trump: “Irán quiere trabajar por la paz”, ha afirmado, y “trabajaremos con Irán”.
Con el tiempo descubriremos la contrapartida de este amplio apoyo diplomático, pero lo cierto es que solo se encontrará una solución si cada uno de los actores ve satisfecho alguno de sus intereses.
Sin embargo, los pasos necesarios para el futuro exigen un liderazgo diferente en ambos campos: la paz verdadera nunca será posible si no se llega al reconocimiento mutuo de la legitimidad de habitar esta tierra. éste es el punto clave antes de poder pensar en cualquier estructura institucional: tener dos Estados que persiguen la aniquilación mutua no cambiará la historia para mejor. Pero precisamente esta perspectiva exige un cambio de liderazgo en ambas partes. Netanyahu, con su gobierno de extremistas, ya no es creíble; y aún menos lo es una formación terrorista como Hamás, independientemente de quién la dirija.
Por lo que se puede prever ahora, al menos sobre el papel, el cambio será más fácil en Israel, donde las elecciones podrían dar lugar a un líder político convencido de la necesidad de un verdadero acuerdo de paz y de convivencia. El caso de los palestinos, sin embargo, es mucho más complicado: incluso si Hamás —y con él la galaxia de otras formaciones terroristas— fuera eliminado de Gaza, y dada la pésima reputación de la Autoridad Nacional Palestina, ¿quién podría representar al pueblo palestino? Un gobierno internacional con “técnicos” locales como el que prevé el Plan Trump solo puede ser una solución temporal; recordemos que la reciente experiencia de Irak y Afganistán demuestra que los gobiernos dirigidos por personalidades locales pero impuestos desde el extranjero no tienen esperanzas de sobrevivir.
Veremos si estos acuerdos provocarán también los cambios necesarios para reforzarlos y estabilizarlos, pero ahora no hay que perder de vista que el trabajo para alcanzar la paz acaba de empezar.