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IGLESIA

China no es de fiar, pero según el Vaticano hay que renovar el acuerdo

Para el cardenal Parolin, secretario de Estado vaticano, el acuerdo secreto con China debe renovarse. Y esta vez debería ser definitivo. No cuentan ni las violaciones del acuerdo por parte de Pekín ni la creciente persecución de los católicos que no se pliegan al Partido, incluidos los de Hong Kong.

Ecclesia 26_04_2024 Italiano English
Card. Parolin (ImagoEconomica)

La Santa Sede tiene la intención de proseguir con el acuerdo secreto firmado con China en 2018 y posteriormente renovado cada dos años. Así lo ha reconocido el secretario de Estado vaticano, cardenal Pietro Parolin, respondiendo por escrito a una pregunta del corresponsal de LifeSiteNews en Roma, Michael Haynes.

El acuerdo expira en octubre y, ha admitido el cardenal Parolin, «esperamos renovarlo». Y a este respecto, ha añadido, «estamos dialogando con nuestros interlocutores sobre este punto».

Sobre la voluntad de la Santa Sede de seguir adelante a pesar de que el régimen comunista chino haya demostrado que no es de fiar, no cabe duda, visto cómo han ido las cosas en los últimos seis años. Pero no por ello la declaración del Secretario de Estado vaticano deja de ser importante. Es cierto que aún faltan varios meses para que se tome una decisión oficial, pero tras dos renovaciones de dos años, se espera que este año se diga la última palabra sobre el acuerdo: o se convierte en definitivo o se abandona.

Y todo indica que, salvo un golpe de escena, la intención es definitiva: la Santa Sede ya ha aceptado todo -incluido lo inaceptable- para llegar a ella. Con estas condiciones el gobierno chino sólo puede ganar, porque puede poner en marcha la aniquilación de la Iglesia católica con el aval del Vaticano.

La cuestión no se refiere sólo al nombramiento de obispos, que –así ha asegurado siempre la Santa Sede- es el tema central del acuerdo secreto, sino al proceso de sinicización de la Iglesia católica que el régimen lleva a cabo desde al menos 2015 y que es cada vez más asfixiante, además de extenderse ahora a la Iglesia de Hong Kong

Aunque se han nombrado tres obispos a principios de este año -Thaddeus Wang Yuesheng para Zhengzhou, Anthony Sun Weniun para la nueva diócesis de Weifang y Peter Wu Yishun para la prefectura apostólica de Shaowu- con la aprobación del Papa y, por tanto, formalmente correctas según los acuerdos China-Vaticano, en sustancia parece claro que el mecanismo funciona así: el régimen comunista decide y el Papa da su visto bueno.

Además, incluso si queremos considerar el nombramiento de los tres obispos con la aprobación del Vaticano como un hecho positivo, la aplicación de esta parte del acuerdo no detiene en absoluto la persecución de sacerdotes y obispos que no aceptan la subordinación al Partido Comunista. Por ejemplo, a principios de enero, casi al mismo tiempo que los tres nombramientos episcopales mencionados, monseñor Peter Shao Zhumin, obispo de Wenzhou que el gobierno chino no reconoce, fue detenido por enésima vez bajo la acusación de no querer adherirse a la Asociación Patriótica de Católicos Chinos (APCC), instrumento utilizado por el régimen para «guiar» a la Iglesia católica. Pero no hay que contar tales episodios, así como diversos obstáculos puestos a la participación en las celebraciones eucarísticas.

Pero el aspecto más relevante es el hecho de que el régimen chino, para cualquier acto relativo a la Iglesia católica, nunca menciona a la Santa Sede y al Papa, y mucho menos los acuerdos. Un aspecto que destaca muy bien un reciente y esclarecedor artículo del misionero del PIME, el padre Gianni Criveller, director editorial de Asia News. Esto es lo que ocurre cuando se anuncian los nombramientos de obispos, pero “el silencio sobre el papel de Roma” es aún más evidente en el “Plan quinquenal para la sinicización del catolicismo en China (2023-2027)”, aprobado el pasado 14 de diciembre por parte de la Conferencia de Obispos Católicos y la Asociación Patriótica (organismos bajo el control del Partido Comunista).

El padre Criveller explica que el Plan, compuesto por el equivalente de 3.000 palabras y dividido en cuatro partes y 33 párrafos, “nunca menciona al Papa y a la Santa Sede; ni el acuerdo alcanzado entre el Vaticano y China. En cambio, se menciona cuatro veces al líder Xi Jinping. Se reitera cinco veces que el catolicismo debe adoptar ‘características chinas’. La palabra ‘sinicización’ es la principal: se repite nada menos que 53 veces”. Sinicización significa obviamente la subordinación total de la Iglesia a las directrices del Partido Comunista.

No se trata sólo de la repetición de las palabras, lo significativo es “la firmeza y perentoriedad del lenguaje”. “Como si no hubiera habido diálogo ni acercamiento con la Santa Sede”, -escribe el padre Criveller-, “como si el reconocimiento dado por el Papa a todos los obispos chinos no contara para nada; como si no hubiera un acuerdo entre la Santa Sede y China que ofrezca al mundo la impresión de que el catolicismo romano ha encontrado hospitalidad y acogida en China”.

Ante esta actitud del régimen chino, que evidentemente sigue adelante con sus objetivos que prevén el total sometimiento de la Iglesia a las directrices y exigencias del Partido Comunista, la postura de la Secretaría de Estado vaticana parece incomprensible.

Una cosa es el arte de la diplomacia, que tiene que proceder incluso con pequeños pasos, y otra muy distinta sacrificar la verdad e incluso a los fieles católicos ante lógicas esencialmente políticas. Está a la vista de todos que, para mantener viva la posibilidad de un acuerdo con el régimen chino, la Santa Sede y el Papa guardan silencio desde hace años sobre la escalada de la persecución anticatólica en China. No se gasta una palabra por los católicos de Hong Kong que cada vez más están más en el punto de mira también gracias a la nueva ley infame sobre la seguridad nacional (ver aquí y aquí). Y recordemos que en Hong Kong el obispo emérito cardenal Joseph Zen ha sido arrestado y sigue siendo juzgado; mientras que desde hace tres años el empresario católico (convertido) Jimmy Lai, editor de un diario crítico con Pekín (y ahora cerrado), cumple duras penas de cárcel, y en otro juicio en curso se enfrenta incluso a cadena perpetua.

La razón de Estado no puede justificar este escandaloso silencio que condena a la persecución a obispos, sacerdotes y laicos leales a la Iglesia. Obispos, sacerdotes y laicos que ya han pagado cara su lealtad a la Iglesia y que ahora se ven abandonados incluso por la propia Roma. Es preocupante la determinación con la que el cardenal Parolin –que cuenta en esto con el pleno apoyo del Papa- está llevando a la Santa Sede a abrazar al régimen comunista. Y las consecuencias no sólo afectan a la Iglesia china.



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