San Pascasio Radberto por Ermes Dovico
RETORICA

El orgullo de Biden por la retirada de Kabul es indefendible

En sus discursos, Joe Biden se ha jactado de su decisión de poner fin a la guerra en Afganistán. Pero las escenas del desastre están a la vista de todos. En su retórica, Biden probablemente cuente con la ayuda del científico del comportamiento Sunstein, el teórico del “nudge”. Pero más allá de la retórica, los estadounidenses ven la realidad y el presidente ha perdido credibilidad.

Internacional 06_09_2021 Italiano English

La guerra en Afganistán ha terminado. Lo sabemos porque el presidente Joe Biden lo ha dicho en muchos de sus últimos discursos. En esencia, ha dicho a los estadounidenses que terminar esta guerra después de veinte años le ha convertido en una gran figura histórica. ¿Pero de verdad?

La magnitud y la rapidez de la caída de Afganistán, la huida del presidente del país, el colapso de un ejército formado durante más de dos décadas, el abandono de helicópteros, equipos sofisticados y depósitos enteros de armas, y la toma del poder por los talibanes en cuestión de días han dejado al mundo entero atónito. La retirada no planificada y caótica de los estadounidenses y de los afganos que trabajaban con ellos fue tan precipitada que dejó la impresión de que Biden recibía órdenes de los talibanes, que querían expulsar a los estadounidenses y a todos los demás del 31 de agosto. Y Biden ha obedecido.

Cuando Biden tomó la decisión de abandonar Afganistán aseguró que las tropas se retirarían antes del 11 de septiembre. Como mínimo ha sido una desafortunada elección de fecha para muchos estadounidenses, especialmente de los neoyorquinos que sufrieron la pérdida de las Torres Gemelas y de las vidas de unas 3.000 personas cuya única culpa fue estar en sus lugares de trabajo.

En sus discursos, con gran orgullo, Biden ha declarado que ha asumido toda la responsabilidad por el fin de la guerra, utilizando la expresión –muy usada por los presidentes- “the buck stops here” (una expresión de póquer por la que un jugador deja de pasar a otros y hace su jugada, asumiendo la responsabilidad de la misma, ed). En todos los discursos que ha preparado ha demostrado su notable habilidad para leer el teleprompter, para después no responder a las preguntas de los periodistas o llamarlos según una lista de nombres que “me han dado”.

Cada vez que el presidente habla pasa a la ofensiva señalando las decisiones heroicas que ha tomado. Los republicanos y muchos demócratas discrepan. Abandonar Afganistán ha sido una calamidad, un desastre, una humillación para Estados Unidos. Después de veinte años, los hombres malvados que permitieron los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos vuelven a estar en el poder.

No debería haber terminado así. Es cierto que la idea de abandonar Afganistán había surgido por iniciativa del presidente Donald Trump. Biden podría haberlo repudiado. Después de todo, Biden ha desmantelado muchas de las políticas de su predecesor. Solo hay que ver las medidas provida que había puesto Trump, todas ellas anuladas. Pero en este caso, no: hizo suya la decisión de retirarse y la llevó a cabo a su manera.

En las conferencias de prensa Biden ha adoptado sistemáticamente un tono agresivo. Nunca ha estado a la defensiva. En primer lugar se ha felicitado a sí mismo considerando la retirada de las tropas estadounidenses de un país devastado por la guerra como una gran victoria personal. Después de todo, los americanos lo querían. Sí, pero no de la forma caótica que hemos visto. En segundo lugar, no escuchó los informes urgentes de inteligencia diplomática, enviados desde la embajada de Estados Unidos en Kabul, que le advertían del desastre inminente. Había muchos así. Puede que no los haya leído en absoluto. Simplemente confiaba en su propio juicio.

Los estadounidenses podrían preguntarse en algún momento: ¿por qué demonios adopta esta postura? ¿Por qué habla así? ¿Por qué no reconoce la realidad? El contenido de los discursos públicos de Biden se enmarca en el concepto de “nudge”, un “impulso”. Un impulso es cualquier cosa que persuade a la gente a aceptar su punto de vista, sus pensamientos e ideas. Es un concepto típico de las ciencias del comportamiento.

Se da la circunstancia de que un experto y promotor del “nudge” es actualmente miembro de la administración Biden. No es otro que Cass Sunstein, marido de la directora de UsAid, Samantha Power. Sunstein ha recibido un alto cargo en el Departamento de Sanidad, encargado nominalmente de tratar los temas de inmigración. O eso es lo que se ha dicho. Sunstein podría ser un viejo conocido de Biden ya que trabajó para la Casa Blanca durante varios años (2009-2012) durante la administración Obama-Biden, como administrador de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios.

Sunstein, coautor de un libro (recientemente reeditado) sobre el nudging, escribió hace unos meses un artículo que, aunque no cita específicamente el caso de Afganistán, al menos revela cómo el uso de la ciencia del comportamiento impregna todo el trabajo del gobierno federal. El artículo, “Biden's faith in behavioural science will be repaid” (La fe de Biden en la ciencia del comportamiento se verá recompensada), habla del anterior papel de Sunstein en la Casa Blanca y revela cómo ayudó a popularizar el concepto de “nudge” y cómo Biden, como presidente, lo está promoviendo activamente.

Pero “impulso” o no, la gente ve lo que está pasando. La evidencia de lo que ocurre en Afganistán sigue siendo deprimente y no se acepta la autocelebración de Biden. Los actos públicos de Biden están cuidadosamente escenificados para compensar a un presidente de capacidad cognitiva disminuida. Su condición, aunque obvia, nunca se menciona en la prensa convencional. A veces se censuran algunos de sus comentarios más confusos. Uno se pregunta qué políticas son realmente suyas y cuáles surgen de la vasta burocracia gubernamental y de su propia agenda.

Dada su experiencia en Afganistán, Biden ha perdido credibilidad, coherencia y competencia. Una congresista republicana, Claudia Tenney, de Nueva York, ha presentado una moción de impugnación para el presidente Biden. Sin embargo, no tiene prácticamente ninguna posibilidad de que se apruebe. En el improbable caso de que tenga éxito, la vicepresidenta Kamala Harris ocuparía su lugar. Teniendo en cuenta su experiencia y sus valores, también esta evolución sería “indefendible”.