Santa Inés de Montepulciano por Ermes Dovico
EL INFORME

McCarrick, el lobby gay anota otro punto a favor

El informe McCarrick revela una tolerancia sustancial hacia la práctica homosexual en el clero, que viene atacada solo si los abusados ​​son menores de edad. E ignora que el asunto McCarrick es solo la punta del iceberg de un sistema de poder controlado por el lobby gay.

Ecclesia 12_11_2020 Italiano English

Ya sea una operación por la verdad, como se ha anunciado, o “una operación surrealista de mistificación”, como la definió inmediatamente el arzobispo Carlo Maria Viganò, no hay duda de que el Informe sobre McCarrick presentado por el Vaticano plantea más preguntas que respuestas.

En espera de una mayor comprensión sobre la historia del ex cardenal arzobispo de Washington Theodore McCarrick, hay dos temas que saltan a la vista, ambos relacionados con la homosexualidad: el primero es la tolerancia de la práctica homosexual, incluso entre el clero; el segundo, el encubrimiento de la existencia de un lobby gay y de un sistema que favorece la “carrera” de los clérigos de moda.

Respecto al primer punto, aunque del informe emerge la figura de un depredador en serie como McCarrick, la gran reacción se dispara solo cuando en 2017 llega la primera denuncia de abuso de un menor. Y esto está bien subrayado en varios puntos del informe, pero también es el dato en el que insiste el director de la comunicación vaticana Andrea Tornielli, en su editorial de presentación del informe, publicado en el portal Vatican News. Tras años de rumores, cartas anónimas y acusaciones “infundadas” referidas a “comportamientos inmorales con adultos” - explica Tornielli – “todo cambia con la aparición de la primera acusación de maltrato de un menor de edad”. La respuesta es inmediata. La disposición muy seria y sin precedentes de la destitución del estado clerical llega al final de un rápido proceso canónico”.

En la práctica, se nos dice que los “comportamientos inmorales con los adultos” ciertamente no son algo bueno, pero al final son tolerados; la verdadera alarma, la que prevé penas incluso severas, se activa solo con la acusación de un menor. Como si las decenas y decenas de futuros sacerdotes que compartieron la cama con McCarrick y, por tanto, en su mayor parte condenados a una vida sacerdotal desequilibrada, no contaran mucho. Como si la devastación moral y de fe causada por un obispo depredador - vocaciones perdidas, sacerdotes que a su vez repetirán los abusos, nombramientos episcopales distorsionados por lazos mórbidos - fuera un problema menor. Claro, los rumores persistentes desaconsejaban la promoción de McCarrick a lugares prestigiosos, pero el cepo se activa solo cuando aparece un menor entre los acusadores.

Es un enfoque gravísimo que ignora además que el segundo delito, el abuso infantil, es hijo del primero.

En cuanto al segundo aspecto, la reconstrucción del caso McCarrick acredita la idea de que es una página negra para la Iglesia, sí, pero en cualquier caso un episodio que, gracias a todas las medidas tomadas especialmente por el Papa Francisco, será más difícil que vuelva a suceder. “Una triste historia de la que ha aprendido toda la Iglesia”, dice Tornielli.

Existen sudas, sobre todo porque se ha ignorado deliberadamente que lo que permitió el indetenible ascenso de McCarrick sea un sistema de poder llamado lobby gay, que favorece el nombramiento y carrera de obispos con determinadas características. De la lectura del Informe publicado ayer se podría pensar que el caso McCarrick es el resultado de una lamentable combinación de diferentes factores: la personalidad exuberante (por usar un eufemismo) del personaje, la falta de reglas claras, la vaguedad de las acusaciones, el error en buena fe de un Papa, la debilidad del gobierno de otro. Por supuesto, estos también son elementos que han tenido su peso, pero el verdadero problema es que, sin la existencia de un entramado de relaciones y complicidades a distintos niveles, determinadas carreras serían casi imposibles.

Y esta red no le ha funcionado solo a McCarrick, al contrario, hay elementos que apuntan a que en los últimos años incluso se ha fortalecido. Recordemos el caso de Chile en 2018, cuando el Papa Francisco tuvo que rendirse a las pruebas no sin antes haber descalificado a las víctimas que acusaron a obispos y sacerdotes abusivos. También recordemos la misteriosa protección ofrecida en el Vaticano al obispo argentino Zanchetta. Recordemos las denuncias que persiguen el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del grupo de cardenales que trabajan junto al Papa Francisco en la reforma de la Curia (“todas calumnias”, dijo el Papa el año pasado), y cuyo obispo auxiliar Juan José Pineda tuvo que renunciar en julio de 2018 por acoso sexual en el seminario. Y también recordemos los “rumores” que desde su Puglia natal acompañan el rápido ascenso del recién nombrado cardenal Marcello Semeraro, quien convirtió su actual diócesis de Albano en la capital italiana de los cristianos LGBT. Y volviendo a McCarrick, no olvidemos que hay varios obispos estadounidenses nombrados gracias al patrocinio del ex cardenal.

Y podríamos continuar. No, realmente no hay una señal de que la Iglesia haya aprendido del asunto McCarrick, más bien existe la sensación de que a uno se le paga para poder continuar pacíficamente con los demás. Y mientras tanto, hacer avanzar la idea de que para un sacerdote que tenga tendencias homosexuales no es un problema.