Jueves Santo por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La Fe auténtica y duradera

Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá. (Mt 9, 18)

Mientras les decía esto, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó. La noticia se divulgó por toda aquella comarca. (Mt 9, 18-26)

 

El elemento esencial común a todas las formas de plegaria (petición, agradecimiento, intercesión) es el reconocimiento de que Dios es el Señor y nosotros las criaturas. También en la plegaria de petición de la mujer hemorroísa y del padre angustiado, Jesús divisa ese inicio de fe sincera y, para confirmarla, concede la petición de ayuda. Tengamos presente un particular importante: las pruebas de la vida empiezan, duran un tiempo más o menos largo establecido por Dios, pero después terminan. Sin embargo, la fe en Dios, si es real, se purifica y refuerza en las pruebas, para no terminar nunca. Comprometámonos a no olvidar nunca nuestra oración, ya sea en el momento de la prueba como en el de la serenidad.