Santa Inés de Montepulciano por Ermes Dovico
KAZAJSTÁN

El Papa Francisco en el “supermercado” de las religiones

La participación del Santo Padre en el Congreso de Líderes Religiosos alimenta la idea generalizada de que al final una religión vale lo mismo que cualquier otra: una indiferencia ajena a la Iglesia y a la razón, porque si todas son verdaderas, entonces en realidad ninguna lo es. El arzobispo Athanasius Schneider lo dice con toda claridad y recuerda que los obispos deben hablar con franqueza, incluso al sucesor de Pedro.

Ecclesia 21_09_2022 Italiano English

En los últimos días, incluso antes de la inauguración en la capital de Kazajstán del VII Congreso de los líderes de las religiones mundiales y tradicionales que finalizó el 15 de septiembre, la Brújula Cotidiana había expresado no sólo perplejidad, sino críticas sustanciales a la iniciativa y, sobre todo, aunque no sólo, a la conveniencia de la participación del Papa Francisco. Tras la celebración del Congreso, monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Nur-Sultan, antigua Astana, sede del Congreso, también ha realizado sus propias valoraciones que se resumen básicamente en dos puntos.

En primer lugar, que el evento puede haber dado la impresión de que existe un “supermercado de las religiones” en el que cada uno puede elegir la suya de los estantes. La imagen del supermercado de las religiones, que no es nueva, expresa muy bien, sin embargo, la tendencia dominante hoy en día de considerar la libertad religiosa como la situación del cliente frente al expositor del supermercado. La Iglesia católica no puede unirse a esta tendencia y, con ella, tampoco la razón. Esta última nos dice que el deber de buscar a Dios, que subyace al derecho a la libertad religiosa, está enraizado en los fines de la naturaleza humana. No está abierta a cualquier deidad, no se dirige a un mundo genérico de lo “Divino” –por desgracia esta expresión también la ha utilizado el Papa Francisco en sus discursos en Astana-, sino al verdadero y único Dios, objeto de investigación por parte de la verdadera razón. Acercarse a formas de paganismo después de esta búsqueda –por ejemplo- no responde a la inclinación natural de buscar a Dios, y no realiza la verdadera libertad de religión. Por lo tanto, Schneider tiene razón al recordar este punto.

Su segunda declaración se refiere a la relación de los obispos con el Papa. Schneider ha explicado que los primeros no son “dependientes” del Papa –y por lo tanto ejecutores tácitos y pasivos, añadiríamos-, sino que son hermanos, y si en conciencia un obispo ve deficiencias en lo que dice o hace el Papa, hace bien en decírselo, con el debido respeto. Es el propio Papa –ha añadido Schneider con un cierto acento polémico- quien pide franqueza y sinodalidad.  En este sentido, desea que en el futuro el Papa no participe en este tipo de encuentros. También nos unimos a su deseo aun creyendo que es humanamente difícil de conseguir, dadas las premisas y las numerosas expresiones de Francisco sobre sus convicciones al respecto. También nos unimos al deseo de que todos los obispos se liberen de la convicción de ser “dependientes” del Papa y, como sucesores de los apóstoles, intervengan en cuestiones doctrinales como ésta del diálogo interreligioso.

Para muchos, las declaraciones del arzobispo Schneider han sido muy tajantes y otros las han calificado incluso de valientes. Sin negar estos aspectos, otros –y entre ellos quien esto escribe- las consideran en conjunto tímidas, como si sólo quisieran destacar el posible peligro de malinterpretar el verdadero significado de la presencia del Papa en Nur-Sultan, pero no el acontecimiento en sí. Por el contrario, es precisamente este acontecimiento el que debe ser radicalmente impugnado, y no sólo su posible mala interpretación.

Como recordará el lector, en la declaración de Abu Dahbi Francisco había suscrito la expresión de que Dios quiere las distintas religiones. El propio arzobispo Schneider le había pedido que rectificara la expresión por considerarla incorrecta. La rectificación real nunca se ha producido, obviamente. Ahora, la adhesión al Congreso Nur-Sultan, con su aceptación de la pluralidad de religiones como algo positivo, reconfirma esa concepción. Por tanto, no se trata sólo del peligro de malinterpretar el acontecimiento como un supermercado de religiones, sino de pensar que Dios es el dueño del supermercado. Pero si así fuera, significaría que la Iglesia católica ha olvidado que nuestra situación es una situación caída y que la revelación habla de un pecado desde el principio que ha producido esta situación en la que hay tantas religiones. A menos que pensemos que en el Edén había pluralismo religioso.

La gran desgracia es que la gente de la Iglesia de hoy piensa que la situación actual de la humanidad es “normal” –tal y como subrayaba Augusto Del Noce- y que Dios nos ha creado como somos ahora. Detrás de sucesos como el de Kazajistán, y detrás de la adhesión de la cúpula de la Iglesia católica a su planteamiento, se encuentra este gran error fundamental que transforma toda la teología católica. Se trata, por tanto, de mucho más que un “posible malentendido”, como afirmó el arzobispo Schneider.

También hay que recordar que si las religiones son muchas no como resultado de una caída primordial, sino “por naturaleza”, y que muchas permanecerán para siempre, entonces hay que considerar que todas son verdaderas, a pesar de que digan cosas muy diferentes y a veces opuestas. Ahora bien, sostener que todas las afirmaciones diferentes y opuestas son verdaderas es desinteresarse de su verdad, y en este caso también de la verdad de las religiones. Pero ser indiferente a la verdad de las religiones es ser ateo, además un ateo de la peor clase: el ateísmo posmoderno de la indiferencia.