Jueves Santo por Ermes Dovico
REFLEXIÓN

El engaño de la guerra movida por los ideales

Incluso los católicos están fascinados por las motivaciones idealistas opuestas de la guerra en Ucrania: los valores occidentales de libertad contra el totalitarismo ruso o, por el contrario, la lucha de un líder cristiano ruso contra el Nuevo Orden Mundial. Pero no es ninguna de las dos cosas, la realidad es mucho más terrenal...

Internacional 31_03_2022 Italiano English

A lo largo de la historia se han librado muchas guerras en nombre de ciertos ideales, sin ninguna duda, pero lo más frecuente es que los ideales se utilicen como propaganda para cimentar el consenso público en torno a guerras cuyo propósito real es mucho más mundano. Cuestiones de poder, de intereses geopolíticos y económicos. Lo que está ocurriendo en Ucrania no es una excepción, aunque existe una marcada tendencia, incluso entre los católicos de ambos bandos, a revestir esta guerra de motivaciones idealistas muy improbables. Desinflar estos “idealismos” será entonces útil para despertar a una visión más realista de lo que está ocurriendo y volver a desear la rápida consecución de un acuerdo que silencie las armas, antes de que la situación se descontrole (el riesgo es muy alto teniendo en cuenta ciertos jefes de gobierno que nos encontramos actualmente).

Me limitaré a los dos relatos opuestos. El primero es el que en esta guerra considera a Ucrania como un símbolo de la defensa de los valores europeos de libertad y democracia frente al totalitarismo ruso, de la aspiración a la paz frente a la violencia prevaricadora de un país que ha seguido siendo imperialista a pesar del cambio de regímenes. Se trata de una repetición del modelo de la Guerra Fría en el que insisten el presidente ucraniano Zelensky y los gobiernos europeos para unir a la opinión pública occidental contra Putin y justificar el envío de armamento a Ucrania.

Que Rusia no es un modelo de democracia y libertad es evidente; que Putin ha cometido una grave e injustificable violación del derecho internacional al atacar a Ucrania debería ser igualmente evidente, pero afirmar que Putin se enfrenta a lo que durante la Guerra Fría se llamaba el “mundo libre” da bastante la risa. Si hay alguna institución internacional en la actualidad que se parezca mucho a la Unión Soviética es precisamente la Unión Europea, como nos han recordado repetidamente en los últimos años los gobiernos de los países que se incorporaron a la UE tras décadas en el Pacto de Varsovia.

Y si hoy estos países temen, comprensiblemente, el despertar de Rusia, ello no quita que la deriva socialista occidental sea más fuerte que nunca. Dos años de gestión de la pandemia sumados al terrorismo climático, la dictadura de género y la “Cultura de Cancelación” deberían haber dejado claro ya que Occidente se ha convertido en el hogar de un nuevo totalitarismo. Exactamente como advirtió Juan Pablo II: “Una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo abierto o sutil, como demuestra la historia” (Centesimus Annus, nº 46). 

En lo que respecta específicamente a Estados Unidos, sólo los ingenuos pueden seguir creyendo que está motivado por el amor a la libertad de los pueblos: basta con echar un vistazo a los aliados de Estados Unidos en Oriente Medio. Pero es un hecho que sólo en esta crisis, los intereses estratégicos y económicos hacen que la administración Biden sople constantemente al fuego, al igual que las administraciones pasadas (anteriores a Trump) han jugado un papel importante en la desestabilización de la región. A esto hay que añadir necesariamente el protagonismo de la cuestión del aborto: sin ni siquiera molestar a la santa Madre Teresa de Calcuta, ¿pueden considerarse creíbles los gobiernos que promueven como derecho humano fundamental la eliminación de los seres humanos más indefensos cuando hablan de paz?

La segunda narrativa, por el contrario, considera que la Rusia de Putin defiende la tradición e identidad cristianas contra el corrupto Occidente y el Nuevo Orden Mundial. Que Occidente está corrupto y que hay un totalitarismo creciente en nuestras sociedades lo acabamos de decir. Pero que esto promueva automáticamente a Putin como defensor fidei es una idea cuanto menos extraña. Si efectivamente, como ha insinuado el patriarca moscovita Kirill, la guerra desatada por Putin es contra un Occidente que impone el Orgullo Gay como signo de pertenencia a la sociedad del bien, habría que decir que, como mínimo, se ha equivocado de objetivo: debería bombardear Bruselas en lugar de Donbass y Mariupol.

Las referencias espirituales y la cercanía a la Iglesia Ortodoxa tampoco deberían inducir a error: la religión como instrumentum regni no es nada nuevo en Rusia. Y también es muy peligroso utilizar la ecuación “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, porque por el mismo rasero tendríamos entonces que apoyar al fundamentalismo islámico y a China (¿quizás por eso un eminente prelado vaticano llegó a decir que China es el país que mejor aplica la Doctrina Social de la Iglesia?). Y es curioso que, para ir en contra de los odiados yanquis, se considere irrelevante o, peor, justificado, cuestionar la soberanía territorial de un país reconocido por la comunidad internacional, con destrucción, muertes y millones de refugiados. ¿Qué tienen que ver los pobres ciudadanos ucranianos que huyen con el Nuevo Orden Mundial (además, me gustaría que alguien definiera claramente lo que entiende por Nuevo Orden Mundial)? Creo que la gente no se da cuenta de la gravedad de ciertas afirmaciones: si se acepta la idea de Putin de que Ucrania no es un país, sino sólo una parte de Rusia, ¿por qué no acordar con Irán que Israel no existe?

La verdad es que si empezamos a liberar nuestras mentes de las visiones novelescas de la guerra y de los ideales que la impulsan, redescubriremos un sano realismo que nos haga mirar los verdaderos intereses en juego, y presionar para que los intereses opuestos encuentren un acuerdo en la mesa de negociaciones. Es curioso notar que la base de un acuerdo, tal y como está surgiendo en estas últimas horas, nos está haciendo preguntarnos: ¿No podíamos haber pensado en eso antes de desencadenar este lío? ¿Hay realmente alguien que pueda sentirse absuelto de la grave responsabilidad de haber provocado esta guerra?