Santa Bernardita por Ermes Dovico
EL CATECISMO DE LOS DOMINGOS

El Catecismo nos introduce en el encuentro con Jesús

Es urgente retomar el Catecismo y enseñarlo, porque hoy muchas veces la fe se reduce a puro sentimiento personal. Afirmar “yo creo” significa abrir el corazón bajo la influencia de la gracia al contenido objetivo que Dios revela y al que damos nuestro asentimiento. Hoy en día, la experiencia se opone a la enseñanza, pero no se puede experimentar a Dios si no es a través de la enseñanza.
- LA BRUJULA NOS LLEVA A CATEQUESIS por Riccardo Cascioli

Ecclesia 28_11_2021 Italiano English

En muchas de mis intervenciones y en mis libros he dicho continuamente que la crisis actual que afecta a la Iglesia y al mundo es radicalmente una crisis espiritual, es decir, una crisis de fe. El mundo moderno ha negado a Cristo. En la Iglesia vivimos el misterio de la traición, el misterio de Judas. Sobre todo, los católicos hemos quitado a Dios de nuestra vida. Hemos abandonado la oración, la doctrina católica es cuestionada. El relativismo que reina en el mundo ha entrado con fuerza en la Iglesia.

La celebración dominical del día de la Eucaristía del Señor, precepto moral que nos obliga a rendir un culto externo, visible, público y regular a Dios, en recuerdo de su benevolencia universal para con los hombres (CC 2176-2177), está muy descuidado o celebrado en forma teatral y superficial.

La respuesta a esta situación no está en nuestro proyecto ni en nuestro esfuerzo por purificar la Iglesia. La Iglesia se reforma inicialmente cambiándonos a nosotros mismos. Jesús tiene sed de unidad. En unión con Jesucristo renace la fe y se funda la unidad de la Iglesia. Y la unidad de la Iglesia tiene su origen en el corazón de Jesucristo. Debemos permanecer cerca de él, debemos permanecer en Él.

Como ya he tenido la oportunidad de escribir en “Si fa sera e il giorno ormai volge al declino (Se hace de noche y el día ya empieza a declinar), la unidad de la Iglesia se basa en cuatro pilares: la oración, la doctrina católica, el amor a Pedro y la caridad mutua. Sin oración, sin unidad con Dios, cualquier intento de consolidar la Iglesia y la fe será en vano. Pero como la Brújula Cotidiana lanzó esta iniciativa de lecciones de catecismo, me gustaría detenerme en el significado de la doctrina católica.

La fuente de nuestra unidad nos precede y nos viene ofrecida, es la Revelación que hemos recibido que dice así: “los hermanos se mantenían fieles a las enseñanzas de los apóstoles y en el mutuo compañerismo, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). Debemos ser fieles a esto y el pueblo cristiano tiene derecho a una enseñanza clara, firme y segura. La unidad de la fe implica la unidad del Magisterio en el tiempo y el espacio. Cuando se nos transmite una nueva enseñanza, siempre debe interpretarse de manera coherente con la que la precedió. La fe es, en efecto, un acto íntimo, personal e interior, pero al mismo tiempo es una adhesión a un contenido objetivo que no hemos elegido. Con fe realizamos un acto mediante el cual decidimos entregarnos totalmente a Dios en plena libertad. Afirmar “yo creo” significa abrir el corazón bajo la influencia de la gracia al contenido objetivo que Dios revela y al que damos nuestro asentimiento. Entonces la fe se convierte en testimonio público, porque nuestro acto de fe nunca puede permanecer puramente privado. La fe sólo se puede profesar en la Iglesia, con la Iglesia, que nos transmite el conocimiento integral del Misterio, los contenidos a ser conocidos y creídos.

Lamentablemente, el relativismo dominante en el mundo ha penetrado tanto en la Iglesia hasta el punto de que muy a menudo la fe se reduce a puro sentimiento personal; pero así se vuelve incomunicable, se separa de la Iglesia y se vacía de todo contenido. Por eso, hoy es urgente retomar el Catecismo, conocerlo, enseñarlo. La enseñanza del catecismo no se reduce al conocimiento intelectual de su contenido. Favorece un verdadero encuentro y una santa intimidad con Jesús que nos reveló estas verdades. Mientras no nos encontremos físicamente con Jesús, no seremos verdaderamente cristianos. Hoy en día, la experiencia se opone a la enseñanza, pero no se puede experimentar a Dios si no es a través de la enseñanza. San Pablo dice a los Romanos (10,14): “¿Cómo pueden creer sin haber oído hablar de él?”. La falta de catequesis lleva a los cristianos a alimentar una cierta confusión en torno a la fe. Algunos optan por creer en un artículo del Credo mientras rechazan otro. Incluso llegamos a realizar encuestas sobre la adhesión de los católicos a la fe cristiana. La fe no es un puesto en el mercado donde puedes elegir las frutas y legumbres más convenientes. Recibiendo la fe, recibimos a Dios enteramente, Su Palabra, Su Doctrina, Su enseñanza.

Estamos llamados a amar nuestro catecismo. Si lo recibimos no solo con los labios sino también con el corazón, entonces a través de las fórmulas de la fe podemos entrar verdaderamente en comunión con Dios.

Es hora de apartar a los cristianos del relativismo generalizado que anestesia los corazones y adormece el amor. Henri de Lubac dijo: “Si hoy el hereje no nos inspira el mismo miedo que tuvo a nuestros antepasados, ¿es realmente porque tenemos más caridad en nuestro corazón? ¿O más bien esto sucede porque muy a menudo el objeto de la disputa, que es la existencia misma de nuestra fe, ya no nos interesa, aunque no nos atrevamos a decírselo a nosotros mismos? (...) Entonces, en consecuencia, la herejía ya no nos molesta, o al menos ya no nos molesta hasta el punto de que cualquiera que intente arrancarnos el alma nos molestaría. (…) ¡Pobre de mí! La caridad no siempre ha crecido, o se ha iluminado más: a menudo es la fe la que ha disminuido y ha disminuido el gusto por las cosas eternas”.

Es hora de que la fe se convierta en el tesoro más íntimo y precioso para los cristianos. Pensemos en todos los mártires que murieron por la pureza de su fe en el momento de la crisis arriana: para confesar que el Hijo no sólo es semejante al Padre, sino consustancial con él, cuántos obispos, sacerdotes, monjes o simples creyentes han sufrido la tortura y la muerte. Nuestra relación con Dios está en juego y no solo las disputas teológicas. Sobre nuestra apatía ante las desviaciones doctrinales se mide la tibieza que se ha insinuado entre nosotros.

Debemos arder de amor por nuestra fe, no debemos enfangarla y diluirla en compromisos mundanos. No debemos mistificarla y corromperla, es la salvación de las almas, las nuestras y aquellas de nuestros hermanos.