Viernes Santo por Ermes Dovico
CAMBIAMENTOS

Conciencia anestesiada: es la Iglesia paliativa

Si la sociedad paliativa en la que vivimos es la que pretende eliminar el dolor y por tanto anestesiar a los ciudadanos, la Iglesia paliativa dominante de hoy es una Iglesia que tranquiliza las conciencias, que suprime el término pecado. Es una Iglesia obligada a convivir con el mundo. Como hemos visto en estos dos años de pandemia.

Ecclesia 25_03_2022 Italiano English

En una intervención anterior, hablé de la sociedad paliativa. Y pensándolo mejor, sin embargo, hoy también tenemos una Iglesia paliativa. Entonces también vale la pena hablar de esto.

Como habíamos argumentado, en base a algunos análisis realizados por otros autores, en la intervención anterior a la que me refiero, la sociedad paliativa es la que pretende eliminar el dolor y por tanto anestesia a los ciudadanos. No sólo no más dolor físico, sino también no más contagios a través de una vacunación preventiva, general y perpetua; no más ansiedad o angustias a través de la terapia generalizada; no más conflictos a través de un reparto de servicios conferidos por el centro; no más tensión entre la libertad y la autoridad mediante el control social y la vigilancia política, presentados como necesarios para el bienestar público. La sociedad paliativa combina el liberalismo capitalista con la vigilancia y el control social: el ciudadano hiper vigilado agradece incluso serlo.

El domingo pasado, la lectura del Evangelio durante la misa fue la de la higuera estéril. Es un texto amenazante y ansioso. Habla de castigos para quien no da fruto y la amenaza de que arrancar la higuera estéril equivale a una sentencia de muerte espiritual para el creyente que, como la higuera, no da frutos. Pero el sacerdote que pronunció la homilía en mi iglesia debe haber considerado todo esto demasiado perturbador y pronunció una homilía paliativa. No habló de las amenazas de castigo, sino que se centró en la concesión de la prórroga por parte del dueño del campo. De hecho, cuenta el Evangelio que le dio otra oportunidad a la higuera, la haría fertilizar y habría esperado un año más para ver si llegaban los frutos. Entonces, el sacerdote celebrante insistió en un Dios que siempre da al hombre una nueva oportunidad, que “invierte su tiempo en el hombre”, que espera pacientemente nuestra conversión… guarda silencio sobre el hecho de que, en un momento determinado, según la parábola, el tiempo se acabará, incluida la última prórroga concedida.

El Evangelio está lleno de parábolas y enseñanzas que hablan de posibles castigos, de condenas a evitar mientras haya tiempo, de modos de ser peligrosos y de situaciones irreversibles. La Iglesia paliativa de hoy, sin embargo, las censura, como sucedió con la higuera estéril, porque el fiel debe en todo caso salir de la iglesia sereno y en paz consigo mismo, desprovisto de preocupaciones y confiado en que “todo saldrá bien”: todo sellado de la “buena semana” que siempre sigue la missa est. La misericordia siempre prevalece sobre la justicia, se nos recuerda continuamente que Cristo no vino a condenar sino a salvar, dejando de lado que, si no vino a condenar, sin embargo, también vino a juzgar. La Iglesia Paliativa también atribuye a Dios la pregunta “¿quién soy yo para juzgar?”.

Un elemento que confirma el rumbo de la nueva Iglesia paliativa que tranquiliza las conciencias garantizando siempre un resultado positivo es la abolición del término pecado y, sobre todo, de la noción teológica de pecado original. Al comienzo de la Santa Misa, el celebrante ahora nos invita con mucha frecuencia a pedir perdón por “nuestras debilidades”, “nuestras fragilidades”, de cuando hemos estado “demasiado centrados en nosotros mismos”, etc. La palabra pecado rara vez se usa. Ya no oímos hablar de la doctrina del pecado original no solo en la homilética sino también en la teología. Los fieles deberían estar contentos con el estado de la naturaleza pecaminosa, que se consideraría deseada por Dios y dentro de la cual encontrar el propio equilibrio. El pecado, y en particular el pecado original, se consideran fuentes de ansiedad a prevenir.

Una oportunidad extraordinaria para mostrar el rostro de la Iglesia paliativa ha sido la pandemia de los últimos dos años. La Iglesia se ha convertido en ministerio de la salud, ha hecho suyas -incluso aumentándolas- todas las medidas establecidas por el poder político al hacer coincidir la caridad cristiana con la aplicación muy estricta (salvo raras excepciones) de las medidas gubernamentales. Hizo pensar a los fieles y compartió la idea de que todos estamos enfermos y que la carga de la prueba recae sobre los que no están enfermos y no sobre los que sí lo están. Pero que todos estemos enfermos es precisamente el supuesto de la sociedad paliativa que tanto motiva la profilaxis generalizada y continua el control vigilante del comportamiento de los ciudadanos, que la iglesia ha importado. Todas las dictaduras sanitarias, y no sólo sanitarias, parten de esta premisa.

El fundamento principal de la Iglesia paliativa, sin embargo, es de carácter estrictamente teológico. Después del “punto de inflexión antropológico”, la Iglesia ya no puede ser un signo de contradicción, porque está obligada a llevarse bien con el mundo. Si la tensión entre la Iglesia y el mundo termina – “Dios y el mundo nunca podrán entenderse” (Cornelio Fabro) - la anestesia se vuelve obligatoria, las tensiones deben suavizarse, siempre y en todo caso las malas acciones deben reabsorberse en condiciones que las haga reversibles. Con el giro antropológico esto es precisamente lo que sucedió: si Dios se auto-comunica en la historia profana de la humanidad, es decir, en el mundo, lo que Dios quiere y lo que la Iglesia debe testimoniar serán los signos de los tiempos a decirlo. Tranquilos, pues, “todo terminará bien”.